LA EDUCACIÓN DE CARA A LOS OBJETIVOS DE DESARROLLO SOSTENIBLE
Por: Danilo Reinaldo Vivas Ramos
A causa de la aparición del COVID-19, el 31 diciembre de 2019 en la provincia de Wuhan – China, y su ‘meteórica’ transformación en pandemia, a consecuencia de la rápida propagación y virulencia con que se expresó y la poca capacidad anticipatoria de los Estados sobre sus efectos, quizá por la forma sorpresiva como se presentó y la no preparación ciudadana para enfrentar situaciones de esta naturaleza, el mundo experimentó una profunda crisis en los distintos campos de la actividad humana, desde los aspectos asociados a salud pública y pérdidas de vida, hasta los relacionados con la contracción de la economía, expresada en una drástica recesión económica, con las secuelas que ella genera: pérdida descomunal de empleos, nunca antes vista, y el cierre total o parcial de pequeñas y medianas empresas, dejando un panorama sombrío, que en los momentos más críticos llevó al establecimiento de drásticas medidas de aislamiento obligatorios o confinamientos con todas las consecuencias que de ellos se derivaron, lo que generó en cada país, en unos más que en otros, una fuerte tensión entre la necesidad de preservar la salud y la vida de las personas, ante la letalidad del virus y la poca capacidad en infraestructura hospitalaria y personal médico especializado para atender pacientes en estado crítico y la obligación de frenar el deterioro paulatino de la economía, a fin de no ahondar las condiciones sociales y de bienestar de sus habitantes existentes previo a este suceso.
No obstante, la dureza de esta realidad, es necesario señalar que en este proceso se han dado aspectos relevantes, los cuales deben visibilizarse y hacerlos consientes para encontrar acciones que permitan atender la situación actual, así como las de mediano y largo plazo, en el contexto de lo que se ha acuñado como la nueva normalidad, una vez vaya cediendo la pandemia; entre esos puntos y que varios tienen que ver con el tema de la educación son los siguientes:
- Nunca antes una situación de esta naturaleza había contado con un inusitado desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones – TIC, que permitieron, en el confinamiento, estar muy conectados y tener acceso suficiente de información, en el contexto global que hoy vivimos (Graham Brookie), permitiendo monitorear el avance de la pandemia y difundir las acciones y políticas adoptadas por los gobiernos para mitigar sus impactos, así como las acciones adelantadas, en distintas latitudes y por la OMS, para reducir los contagios y los decesos, como aprendizajes colectivos en la solución de este flagelo común.
- En este contexto, es importante destacar la implementación de medidas de bioseguridad para contener los contagios, las cuales requirieron y requieren de serios compromisos de los ciudadanos hasta que la COVID-19 desaparezca y la creación, en tiempo record, de eficientes vacunas para lograr niveles de inmunidad y la destinación de significativos recursos para lograr la inmunidad de rebaño, como garantía para avanzar en el control y erradicación del virus y sus variantes, acción amenazada por la imposibilidad de los países más pobres de avanzar en este propósito mundial.
- De igual manera, gracias a la potenciación de herramientas digitales pudieron establecerse y fortalecer innovadoras formas de trabajo y estudio desde los hogares, trasladándose masivamente las oficinas y las instituciones educativas a las casas, con fin de adelantar sus labores y actividades de aprendizaje de manera virtual, ganándose mucho espacio en aspectos que antes de la pandemia eran muy insulares, cuestión que llevó a un acelerado aprendizaje, con las consecuencias obvias derivadas de una contingencia y no de una política pensada, organizada y ejecutada eficientemente. En este aspecto el mayor damnificado fue el sector educativo que no contó con la necesaria cobertura de las herramientas tecnológicas en los sectores urbanos pobres y en las zonas rurales, nuestro país no fue la excepción, así como la precaria formación en las TIC orientadas a la educación por parte de un apreciable número de docentes.
- Puede afirmarse que el aprendizaje fue muy significativo, pero ante el avance en los procesos de ‘normalidad’, la presencialidad en los lugares de trabajo y en los planteles educativos pareciera se vuelve imprescindible, de manera particular, en estos últimos, donde se configura y desarrolla el concepto de comunidad educativa, imprescindible en los procesos educativos y pedagógicos de niños, jóvenes y adolescentes.
- La pandemia en una buena parte de países del mundo, entre ellos el nuestro, ante el modelo global de desarrollo imperante, permitió hacer conciencia de las grandes inequidades y desigualdades sociales y económicas existentes antes de la aparición de la COVID-19, expresadas en altos niveles de pobreza y exclusión, situaciones que empeoraron de manera dramática, lo que llevó a que los diferentes Estados, bajo los valores de la solidaridad y la responsabilidad social, crearan políticas y programas de resarcimiento del ingreso para poblaciones vulnerables y vulneradas, así como el otorgamiento de subsidios a pequeñas y medianas empresas para soportar la crisis y con ello mitigar, en parte, el impacto en sus economías.
- Según Boaventura de Souza Santos la pandemia sólo empeoró una situación de crisis a la que ha sido sometida la población mundial en un contexto, en que el capitalismo neoliberal ha incapacitado al Estado para responder a emergencias de esta naturaleza. En este contexto, en nuestro país, se presentó una conflagración social, en medio de la pandemia, por mejores condiciones de vida y de oportunidades para los jóvenes, quienes ven en el horizonte próximo cada vez menos opciones para su desarrollo y crecimiento.
La nueva normalidad que se planteó desde el comienzo de la pandemia, ante la conciencia colectiva, que después de este fatídico episodio no podíamos ser lo mismo, ha llevado a múltiples y variadas reflexiones de académicos, políticos, economistas, humanistas, científicos, etc, caracterizadas unas por regresar a lo mismo de antes, con algunos leves ajustes, y otras que propenden por una normalidad centrada en el ser humano, más que en el capital en sí, en donde la solidaridad, no la caridad y el asistencialismo, sería el elemento central y el desarrollo del trabajo colaborativo el mejor vehículo para su realización, sin que ello afecte la productividad y la competitividad, en el contexto de la economía de mercado que vivimos, sino que las potencie y se materialicen en una mayor redistribución de la riqueza para avanzar hacia niveles mayores de bienestar y prosperidad de toda la población.
Hoy asistimos, en consecuencia, a una fuerte tensión entre quienes luchan y lucharán por el statu quo predominante antes de la pandemia, buscando conservar los elementos, valores y principios de una sociedad fuertemente asida a la generación y acumulación de riqueza económica per sé, con todas las disfunciones y rupturas sociales, económicas y medioambientales que le caracterizan y aquellos que consideran que la nueva normalidad tiene que avanzar de la mano de la dignificación del ser humano en toda su dimensión, no sólo en lo económico, sino como parte esencial de un planeta profundamente lacerado por la deforestación, el vertimiento a ríos y mares de residuos plásticos e industriales y el calentamiento global, desarrollando en las presentes y futuras generaciones una actitud de respeto mutuo, elemento central de la sostenibilidad de nuestro hábitat y de la vida.

Y es aquí donde juega papel preponderante la educación, a pesar de la importancia que ella ha tenido en lo que conocemos como la sociedad del conocimiento, ya que este ha estado al servicio del paradigma que hoy se expresa como limitado para construir una nueva normalidad. De ahí que se requiere realizar una revisión a fondo del actual sistema educativo, de nuestros sistemas de pensamiento y de toma de decisiones, que sea capaz de dar respuestas a todos aquellos aspectos que no pueden hacer parte de la post pandemia. Philippe Meirieu al respecto manifiesta: Debemos poner mucha atención a nuestras respuestas, no sea que “la prisa por ‘salir’ de la crisis nos haga olvidar las condiciones en las que entramos en ella y que el ‘regreso a la normalidad’ sea, según la lógica de la pendiente más pronunciada, un ‘regreso a lo anormal’. En esta misma dirección Albert Einstein, tiempo atrás, ya había sentenciado: “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo.”
Bajo estas premisas, es necesario repensar la educación, a fin de que ella sea un elemento trascendental en la necesaria transformación económica y social que clama el mundo y que ante los hechos que se vienen sucediendo con la pandemia no da más espera, so pena de desaprovechar la actual crisis como la gran y definitiva oportunidad para lograrlo, y con ella sacarla de su carácter ‘instrumental’ en que el modelo económico predominante la ha llevado, haciéndola girar de manera exclusiva en “el hacer”, dejando marginalmente los otros aspectos centrales definidos en el Informe: La Educación encierra un tesoro, de la Comisión Internacional de la UNESCO sobre la educación para el siglo XXI, presidida por Jacques Delors, tales como: el aprender a conocer, el aprender a ser, el aprender a aprender y el aprender a vivir juntos, todos ellos en el contexto de lograr un desarrollo sostenible en todos los aspectos de la vida humana y del planeta.
Curioso que, de algo que ya hace más de tres décadas se ha venido hablando a nivel mundial, tengamos que volver a traerlo, no sólo para recordarlo sino para avanzar en lo que inicialmente se conoció como los Objetivos del Milenio, promulgados por la Organización de las Naciones Unidas – ONU, cuya fecha a alcanzarlos estaba prevista para el 2015 por los países firmantes en el año 2000, pero ante la imposibilidad de lograr plenamente las metas ahí consignadas en cada uno de los objetivos, a pesar de algunos avances reconocidos por Ban Ki-Moon, Secretario de la ONU, ésta se vio precisada a construir una nueva Agenda Mundial al 2030 para el Desarrollo Sostenible, en el marco de su Asamblea General No.70, llevada a cabo en septiembre de 2015 en Nueva York y que contó con la presencia de 193 países miembros, adoptando una nueva agenda, titulada: “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible», más conocida como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en la que se mantienen no sólo los ocho puntos de los Objetivos del Milenio, sino que se amplifican a cuestiones modulares, como el hambre, la desigualdad, la energía, la cuestión vital de modelos de producción y consumo sostenibles, el cambio climático, la paz y el desarrollo sostenible, aspectos todos estos deficitarios en el mundo y dramáticamente visibilizados por la pandemia y que requieren una acción no solo de los Estados y los gobiernos, sino de toda la sociedad en su conjunto para su satisfacción plena.
Es aquí, en esta visión estratégica global sin precedentes en la historia de la sociedad y de sus sistemas, donde la educación juega un papel esencial en la formación de ciudadanos, para la transformación social que se requiere en lo local, en lo regional, en lo nacional y en lo global, por lo que los sistemas de educación deben estar profundamente comprometidos, a partir de las realidades de sus respectivos países, a avanzar significativamente en cada uno de los 17 objetivos de desarrollo sostenible. Por ello, debe la educación trascender del carácter instrumental, utilitarista y de mercancía que se le ha asignado en las condiciones de desarrollo del actual modelo económico, ya enunciado varias veces, a un modelo que favorezca la inclusión de prácticas y políticas que promuevan actitudes y comportamientos ambientalmente sostenibles, en temas interconectados como el crecimiento económico, la inclusión social y la protección del medio ambiente, en las diferentes instituciones educativas, así como promover y desarrollar en sus estudiantes, indistintamente el nivel de formación, principios, valores y habilidades tales como: Creatividad, liderazgo, innovación, compromiso, pasión, empatía, unidad, solidaridad, fraternidad, resiliencia, valor, comunidad, pensamiento analítico y crítico, capacidad de discernimiento, diálogo y acción, paralelamente con los de adquisición y desarrollo de conocimientos al más alto nivel, los que precisamos deben impulsarse de forma conjunta, colectiva y consistente, por un sistema educativo que propenda por igualdad, justicia, inclusión y humanidad que tanto se requiere en la actualidad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
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Delors, Jacques, et al. 1996. “La educación encierra un tesoro”. Informe de la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI. Santillana Ediciones UNESCO.
Gómez B, Hernando, et al. 1998. “Educación la agenda del siglo XXI – Hacia un Desarrollo humano.” Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. PNUD. T/M Editores.
Juma, Calestous y Yee-Cheong, Lee, et al. 2005. “Innovación: Aplicación de los conocimientos al desarrollo”. Proyecto del milenio, Naciones Unidas. COLCIENCIAS.
Meirieu, Phillipe. “La escuela después… ¿con la pedagogía de antes?” Movimiento Cooperatico de Escuela Popular. Madrid. 2020
Oppenheimer, Andrés. 2010 “¡Basta de Historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro”. Nomos impresores.
Pérez M. Rosa, et al. 2029. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible” Organización de las Naciones Unidas. J.M. Bosch Editor
Sachs; Jeffry. 2015. “La era del desarrollo sostenible”. Editores Deusto.
Sousa de Santos, Boaventura. “La cruel pedagogía del virus. CLACSO. Argentina. 2020.

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