LA DEMOCRACIA EN LA ESCUELA. DE UNA CULTURA DE MAYORÍAS A UNA CULTURA DEL DIÁLOGO
Por: Leonardo Ayala
“Hablar de democracia y callar al pueblo, es una farsa. Paulo Freire
Las palabras nacen de la arbitrariedad humana y se imponen como verdad tras su uso desmedido y el olvido de su sinrazón. Nietzsche (1996) desenmascara esta imposición, al definir la verdad como “metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias”. En su sospecha, vislumbra un punto clave, las relaciones humanas son el hecho material que engendra al lenguaje. Sin embargo, y como él lo diría, debemos rumiar un poco más. Nos advierte que lo que se impone es una suma de relaciones y no la suma de todas ellas. De modo que, podemos entrever otros significados de las palabras. Es decir, otra suma de relaciones que han sido marginadas y olvidadas por una forma de dominación, que parece fija y canónica.
Al respecto, qué mejor ejemplo que la palabra democracia, que implica, en su más hondo sentido, relaciones sociales. Todos hablan de ella; en las clases de sociales, en tiempos electorales, en los medios de comunicación, en esta revista, incluso Netflix tiene un documental, “al filo de la democracia”. Es inevitable preguntarnos: ¿Qué tipo de relaciones humanas subyacen debajo del significado de democracia que se pregona y practica por todos lados? ¿Qué otros significados tiene la democracia? Y, desde el particular interés como maestro ¿Cuál es el significado de una escuela democrática? Las respuestas que daremos no serán las únicas ni mucho menos las definitivas, pero si retomara el debate iniciado por diferentes maestros, que lucharon por otro tipo de relaciones humanas, no de dominación sino de participación y liberación.
Iniciemos con el maestro colombiano, Estanislao Zuleta (1989). En su época, no tan diferente a la nuestra, denunciaba que “ahora domina una concepción negativa; es decir, una concepción de la democracia como el sistema político menos malo conocido”. El sentido de esta democracia negativa queda plasmado en las consignas, expresadas y practicadas tanto en los congresos y parlamentos como en las escuelas: ‘la mayoría decide’ o ‘el gobierno es de las mayorías’. En el fondo, implica la imposibilidad de aceptar la diferencia. Así que, las decisiones se toman por mayoría y la diversidad de pensamiento es eliminada para alcanzar la falsa unanimidad. En resumen, el conflicto, nacido de la pluralidad de ideas se silencia o, en el peor de los, se le calla.
Con su pensamiento crítico, Estanislao arremete contra esta concepción negativa desde dos
flancos. Por un lado, afirma que el criterio de la mayoría no puede ser demostrativo, es decir, no puede considerarse como cierta, adecuada o verdadera una decisión sencillamente porque la mayoría lo decide así. Usando dos sencillos ejemplos, el maestro colombiano (1995) nos ayuda entender:
Primero que todo la democracia, entendida como el gobierno de la mayoría, no tiene mucho que ver con el saber, porque el criterio de la mayoría no lo podemos considerar demostrativo. Un individuo sostiene, por ejemplo, que el cáncer se deriva de un virus,
otro considera que el cáncer es hereditario: ¿puede resolverse este problema votando?
El maestro no puede atenerse a las mayorías cuando afirma ciertas cosas. Hay cosas que son de cierta forma, y pueden demostrarse, aunque a la mayoría de las personas no les parezca así. Si a Galileo se le hubiera ocurrido la idea espantosa de que votaran su teoría, casi todos lo habrían hecho en contra suya. (pág.46)
Por otro lado, Estanislao niega todo carácter democrático a la decisión de las mayorías porque estas pueden ser, y son, manipuladas, engañadas y enredadas por intereses de una elite opresora que, con artimañas instaura una cultura de falsa democracia (Zuleta, 1995).

Esta lixiviada cultura no es más que la suma de relaciones de dominación señaladas al principio. Su único poder se basa en la repetición y reproducción a la fuerza, tanto en espacios gubernamentales, educativas o hasta populares. Ahora bien, si para este significado de democracia subyace una determinada relación entre individuos, es lógico pensar que para una democracia positiva subyacen otras relaciones.
Una democracia positiva es, sigue diciendo Estanislao, la que afirma y acepta “la riqueza irremplazable de la multiplicidad de iniciativas, pensamientos, convicciones y visiones del mundo” (1989). En otro lugar, el maestro asegura que la democracia es el “derecho del individuo a diferir contra la mayoría… a pensar y a vivir distinto” (Zuleta, 1995). Entonces, lo democrático es un derecho a la diferencia, un derecho a exponer y a desarrollar el propio punto de vista y a discrepar de lo que piensa o decide la mayoría. Un derecho que debe ser
respetado y no pisoteado.
Es obvio que no se trata de una mera libertad a hablar y hacer lo que se place, sino de asumir la complejidad de las relaciones humanas. De modo que, bajo este significado positivo existen relaciones de participación, convivencia y respeto desde la diferencia y lo diverso. Dicha complejidad se expresa en el diálogo, donde la palabra es compartida, o sea, puesta, opuesta pero nunca impuesta.
El dialogo es la característica más transcendental de la democracia positiva. Es decir, el dialogo rompe las relaciones de dominación. Paulo Freire lo puntualiza diciendo que, un verdadero dialogo es el “encuentro de los hombres mediatizados por el mundo, para pronunciarlo no agotándose, por lo tanto, en la mera relación yo-tu” (2005). El encuentro nos define como humanos. La deshumanización sucede cuando se rompe el dialogo y se impone una sola palabra por repetición absurda, es decir, el monólogo de la unanimidad. El pedagogo de Recife lo aclara:
Más decir la palabra verdadera, que es trabajo, que es praxis, es transformar el mundo, decirla no es privilegio de algunos hombres, sino derecho de todos los hombres. Precisamente por esto, nadie puede decir la palabra verdadera solo, o decirla para los otros, en un acto de prescripción con el cual quita a los demás el derecho de decirla. Decir la palabra, referida al mundo que se ha de transformar, implica un encuentro de los hombres para esta transformación. (págs. 106-107)
El dialogo de todos supera el carácter dominador, opresor, individualista y representativo
que se impone en la concepción negativa y asume el carácter liberador, dialógico, conflictivo y participativo de una concepción positiva de la democracia. En decir, el estar-junto-con otros-en-el-mundo para transformarlo en el conversar o compartir la palabra. Es interesante Gnotar que este carácter existencial de co-dependencia en el dialogo, ya lo expresaba Karl Marx en sus investigaciones económicas de 1857~1858:
Cuanto más lejos nos remontamos en la historia, tanto más aparece el individuo […] como dependiente y formando parte de un todo mayor […] El hombre es, en el sentido más literal, un ζῷον πολῑτῐκόν no solamente un animal social, sino un animal que sólo puede individualizarse en la sociedad. La producción por parte de un individuo aislado […] fuera de la sociedad no es menos absurda que la idea de un desarrollo
del lenguaje sin individuos que vivan juntos y hablen entre sí. (1971, pág. 4)
Los seres aislados y autosuficientes jamás han existido. Aunque la democracia positiva defiende el derecho a la autonomía y a individualizarse, éstos sólo tienen sentido en la comunidad, en un todo mayor. Somos animales políticos más que una agregación de
individuos. Este carácter político es lo que nos hace diferentes de otros animales sociales, como las hormigas o avispas; una hormiga no decide ser la reina o el zángano, su naturaleza la determina. Por el contrario, lo humano no tiene una naturaleza fija. Es decir, su naturaleza es tal que, las relaciones no están determinadas ni son fijas.
– Las interacciones humanas son tan diversas, flexibles y complejas que van desde las primeras familias, tribus, clanes, antiguas civilizaciones hasta llegar a las sociedades modernas de hoy día y no pueden reducirse a una determinación. Sin embargo, la democracia positiva no es el factor común en todas ellas. Incluso, no es tan antigua como para que sea lo común. Pero, sí lo es su sentido positivo, su trasfondo relacional, participativo y dialógico. Ya está obviedad nos la mostró Marx.
No me interesa hacer una genealogía de la democracia, sino apuntar el aspecto relacional que la implica y hacer énfasis en su significado positivo y real. Puntualmente, me interesa cómo se relaciona lo educativo y lo democrático, interés que inició esta breve e incipiente reflexión. Entrándonos en este particular y con lo abordado hasta este punto, iniciemos preguntando ¿Qué tipo de democracia se vive en los espacios educativos? Sin lugar a dudas, la concepción negativa y de carácter procedimental-representativa, definida por Estanislao. Es decir, luego de una exposición de acciones e inquietudes al respecto, la mayoría, a mano alzada o con tarjetones, vota y decide los representantes, personeros contralores, etc. de los organismos de gobierno escolar, que no es otra cosa que la política escolar, redes de poder que determinan el tipo de relación entre maestros y estudiantes. Por ejemplo, en un salón de clase se dialoga entre dos opciones necesariamente opuestas. Como los estudiantes están divididos entre la opción x y la opción y, se aligera una soluciona al conflicto con una votación. Al final, los perdedores callan frente a la suma mayor de votos, y la ‘palabra de algunos se posa sobre la de otros’. Por la premura, el conflicto y el dialogo son callados; lo esencial no se escucha.
Lo democrático en las escuelas no debe limitarse a un ejercicio de votación. Al contrario, debe permear todos los espacios escolares, desde la elección de representantes hasta el currículo y las clases. No es nada fácil y Estanislao (1988) lo reconoce: “la democracia es un camino bastante largo y propiamente indefinido”. Aun así, y por la misma razón, este camino debe ser construido. En vez de usar un recetario para la democracia escolar, prefiero usar la analogía de las banderas. Estas señalan horizontes y principios que deben ser asumidos y defendidos en una larga lucha por la liberación de los pueblos, más que la prescripción del paso a paso. Así que, ¿Cuáles banderas debe izar una escuela que apuesta por la democrática positiva? Paulo Freire (2005) levanta los primeros estandartes en esta lucha:
Si no hay un profundo amor al mundo y a los hombres, no es posible la pronunciación del mundo, que es un acto de creación y recreación, si no existe amor que lo infunda […] si no hay humildad. La pronunciación del mundo, con el cual los hombres lo recrean permanentemente, no puede ser un acto arrogante […] sino existe una intensa fe en los hombres. Fe en su poder de hacer y rehacer. De crear y recrear. Fe en su vocación de ser más, que no es el privilegio de algunos sino el derecho de los hombre”. (págs. 108-111)
La primera bandera, iza el amor al prójimo que, al escucharlo, nos llama a construir desde lo distinto. La segunda, pone la acción humilde frente al egoísmo de la palabrería arrogante de generalizar, totalizar y unanimizar lo distinto. La tercera, busca en la fe viva de los hombres, el poder de cambiar las relaciones dominadoras en relaciones de participación y liberación de todos. A su vez, Estanislao ondea una cuarta bandera: la “democracia es dejar que los otros existan y se desarrollen por sí mismos (1995). Superar la heteronomía con una autonomía que se desarrolla en el dialogo crítico. Estas banderas dan otro sentido a la democracia en general y, en lo particular, permiten transformar la escuela que cantinflea de democracia por aquella que vive la democracia. Sólo así, podremos descender hacia una pregunta más concreta: ¿Qué relaciones democráticas mantiene la escuela y el pueblo?
Referencias
Freire, P. (2005). Pedagogía del oprimido (Segunda ed.). México: Siglo XXI.
Marx, K. (1971). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(Grundrisse) 1857-1858 (Vol. 1). México: Siglo XXI.
Nietzsche, F. (1996). Verdad y mentira en un sentido extramoral. Madrid: Tecnos.
Zuleta, E. (1989). Colombia: violencia, democracia y derechos humanos. Cali : Altamir.
Zuleta, E. (1995). Educación y democracia: un campo de combate. Bogota: Ariel.

www.revistacubica.com
Movil: 3157314554
contacto@revistacubica.com
corporacionbuenciudadano12@gmail.com
Bucaramanga – Colombia
Diseño gráfico: Omar Prieto
Implementado por: Miguel Hernández
Fotografías y recursos: pinterest.com, pixabay.com, freeimages.com, freepik.com, unsplash.com