La esquiva integración regional

Por: EDUARDO DURÁN GÓMEZ

Mientras el continente Europeo pudo lograr su integración desde el 1 de noviembre de 1993, cuando se firmó el Tratado de Maastricht, es decir ya casi 30 años, en donde fue posible lograr una libre circulación de todos los ciudadanos, una sola moneda y unos acuerdos básicos para el manejo de las economías y la cooperación entre los Estados miembros, en América Latina todavía estamos lejos de vislumbrar un escenario parecido que nos permita evolucionar para lograr instrumentos eficaces que permitan fortalecer la vida de los ciudadanos y las economías de los países de la región.

Hemos tenido muchos intentos, como el Pacto Andino, integrado por Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú y Chile, pero del cual desertaron Venezuela y Chile. También la Unión de Países Suramericanos, Unasur, del cual solo quedan cuatro países, pues poco a poco fueron desertando la mayoría de sus miembros.

La realidad es que dentro de estos esquemas de integración, han primado intereses políticos de los países, en donde los regímenes de izquierda o de derecha han tratado de imponer sus criterios, lo que conlleva la desbandada de quienes no comulgan con lo que se ha estipulado.

Esto nos ha llevado a tener fronteras completamente cerradas, como es el caso de lo ocurrido entre Colombia y Venezuela, y a agrios enfrentamientos en donde ha habido de todo, hasta ruptura total de las relaciones diplomáticas.

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Ahora se ha reunido lo que se ha denominado como El Grupo de Puebla, también llamado progresismo iberoamericano, promovido por Dilma Rouseeff, José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Ernesto Samper, quienes, aprovechando la ola socialista en América Latina, intentan promover un esquema de integración nuevo.  

Mientras los líderes de la región no maduren, no será posible el diseño de un marco conceptual serio y de largo alcance, que permita un esquema de entendimiento sobre los aspectos básicos de una verdadera integración. El sueño del Libertador Simón Bolívar, de conformar una región grande con la unión de todos los pueblos de la región, se encuentra, dos siglos después, demasiado lejos de poderse materializar, pues no existe conciencia de la importancia que tiene para el Continente un marco de integración que una a sus pueblos y les brinde oportunidades reales para un desarrollo armónico y con ventajas competitivas frente al resto del mundo.

Esto ha llevado a que, a la hora de las decisiones, nuestros países no encuentren fortalezas que les permitan ser oídos con respeto, pues es claro que la pequeñez nos invade y no nos permite avanzar, a través de esquemas planificados y de largo alcance, apartados de etiquetas políticas y pensando solo en la integración del pueblo latinoamericano. 

Se requieren líderes de enorme prestigio y que piensen mas allá de un proceso electoral o del aprovechamiento de una oportunidad ideológica, para que se puedan construir bases con grandeza y siempre pensando en las futuras generaciones. De no ser así, siempre vamos a comenzar mal, y desde luego, seguiremos terminando mal.

Una Latinoamérica unida, puede resultar un experimento de una enorme dimensión, que la comunidad internacional sabrá respetar y valorar, y tendremos entonces un nuevo escenario en donde el respeto hacia la región será la característica general. Desde el punto de vista geopolítico, su importancia resulta mayúscula, y los beneficios sobre la población no se harán esperar.

De no ser así, continuaremos siendo el patio de atrás del mundo.

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