LA INTEGRACIÓN DE LAS NACIONES

Por: Armando Martínez Garnica

Los estados nacionales son la forma básica de organización de las sociedades del mundo desde la segunda mitad del siglo XVIII y, sobre todo, desde la Revolución Hispana que acaeció desde 1808. La humanidad se encuentra hoy dividida en casi 200 estados nacionales, adscritos a la Organización de las Naciones Unidas. Hay que reconocer entonces la existencia de los intereses nacionales en la política mundial, amparados por los aparatos de defensa armada y las habilidades diplomáticas. Sobre esta base de la diferenciación universal de las naciones, pese a sus comunes orígenes y lenguas, el buenismo pregunta: ¿por qué no avanza más rápido la integración de las naciones? Si las investigaciones de las ciencias sociales llegan a la conclusión de que la humanidad es una sola: ¿por qué no se produce con mayor vigor la integración de las naciones de Latinoamérica?

La respuesta inmediata es simple: por los intereses nacionales, siempre celosos de sus territorios, jurisdicciones y recursos. Las primeras iniciativas de integración de las nuevas naciones hispanoamericanas fueron formuladas por los grandes generales que condujeron las luchas de separación del Estado monárquico español. Simón Bolívar, por ejemplo, barruntó dos de esos proyectos: el Congreso Anfictiónico de Panamá y la Confederación de los Andes. Ambos fueron un estruendoso fracaso. ¿Por qué? Por la oposición de algunos estados nacionales que participaron en ellos, celosos de sus intereses particulares.

La integración de los Estados latinoamericanos fue un proyecto de mediados del siglo XIX formulado por la diplomacia francesa, bajo el supuesto de que las lenguas francesa y castellana provenían de la lengua latina, atributo que fue trasladado a los “pueblos latinos”, pero también fue un fracaso por la oposición de los publicistas de la “raza hispana” y de la política estadounidense de “América para los americanos”. El panamericanismo fue el siguiente proyecto de integración de los Estados Unidos y las naciones de Iberoamérica, subvertido por una política agresiva de los dirigentes estadounidenses y resistida por los publicistas nacionalistas latinoamericanos, pese las opciones de conciliación que ofrecieron las políticas del “buen vecino” y de la “alianza para el progreso”. Después de la Revolución Cubana de 1959, una nueva corriente ideológica recorrió el continente: el antimperialismo de los pueblos latinoamericanos contra el supuesto Imperio estadounidense, renovada por cubanos, venezolanos, mexicanos y hasta colombianos.

El gobierno español de los tiempos de la democracia, tras la experiencia del franquismo, propuso el proyecto de Iberoamérica, una singular propuesta de integración de las naciones que habían pertenecido a las Coronas de España y Portugal, agenciado por una organización iberoamericana para la educación, el arte y la cultura. La crispación actual de la política española debilitó este proyecto, como ocurrió con la Comunidad de Naciones Andinas, UNASUR y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América.

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Aceptémoslo: el buenismo que suspira por la integración de las naciones siempre es derrotado por la defensa de los intereses nacionales. Aunque la humanidad es una, no existe la ciudadanía mundial, sino las múltiples ciudadanías nacionales. Aunque hoy las personas pueden tener varias de estas ciudadanías, en caso de algún conflicto militar serán llamados a filas por algún Estado particular. Tenemos a la vista la ferocidad de la guerra entre los rusos y los ucranianos, pese a que durante muchas décadas fueron integrados por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La ecuación es simple: de un lado, los intereses particulares de los Estados nacionales son irrenunciables, y del otro, las iniciativas integradoras buscan favorecer los intereses nacionales de la nación que las propone. Detrás del antimperialismo estuvieron los intereses nacionales de una isla del Caribe, detrás del ALBA estuvo la ambición de un coronel venezolano ya olvidado, detrás de UNASUR estuvieron los gobiernos de Argentina y Brasil, y detrás de la CAN estuvieron algunos gobiernos colombianos.

Dada esta experiencia bicentenaria, cuando algún Estado propone algún proyecto de integración hay que ir a buscar el revólver, pues con rapidez descubrimos las garras de algunos intereses nacionales particulares. El iberoamericanismo, para no ir lejos, sirvió los intereses de algunos gobiernos españoles de la transición a la democracia, acompañados por un fortalecimiento de la monarquía de los Borbones. Incluso la CAN, tan limitada en sus aspiraciones políticas, fue resistida por gobiernos venezolanos y chilenos cuando obstaculizó sus intereses nacionales.

Y, sin embargo, el mundo se mueve. Desde la perspectiva de la sociedad civil, la integración es un hecho que ha ocurrido, sin que nadie se lo haya propuesto. Colombia ha recibido e integrado más de dos millones de venezolanos que abandonaron su país, Ecuador ha recibido miles de colombianos que se han concentrado en Santo Domingo de los Colorados y otros lugares, el Perú y Chile han tenido que hacerse cargo de miles de venezolanos y colombianos. Las manufacturas de las naciones recorren el mundo sin obstáculos significativos, y así vemos que en la dieta de la clase media colombiana se han incorporado los vinos y las manzanas producidas en Chile, los alfajores argentinos, los chocolates brasileños, los cebiches peruanos, las arepas rellenas venezolanas. Las telenovelas nacionales han permitido a muchos nacionales adquirir expresiones verbales de otras naciones y conocer mejor a sus vecinos.

Pero una cosa es la realidad de la integración social de los hispanoamericanos, incluso de estos con los estadounidenses, y otra cosa son las políticas que apuntalan los intereses nacionales de los Estados, según sus cálculos estratégicos. Las instituciones de la defensa nacional, las policías y las cancillerías no le quitan el ojo a los Estados vecinos, mientras gruñen de vez en cuando. Así que las nuevas propuestas de integración de Estados nacionales tendrán que aceptar que la clave es el principio de “todos ganan”. La integración, como sucede en las mejores familias, funciona cuando todos sus miembros ganan algo. En cuanto se lesionan intereses de sus miembros, se desatan los procesos de desintegración.

La Comunidad Europea, por ejemplo, es un caso relativamente exitoso de integración de naciones. Propuesta por Jean Monnet, inicialmente no fue más que una integración de la producción de carbón y acero de Francia y Alemania bajo una misma estructura organizativa, hasta que sostuvo, después de la terrible experiencia de la Segunda Guerra Mundial, que la paz europea no sería posible si los Estados se reconstituirían sobre la base de las soberanías nacionales. Dado el pequeño tamaño de sus territorios y mercados, tendrían que transitar a una especie de federación. Las guerras futuras entre Alemania y Francia, imaginó, se evitarían si estas dos naciones compartían la producción de acero y carbón, la piedra de toque de las dos guerras mundiales anteriores. Insistir en intereses comunes compartidos, y en sus ventajas económicas, mostró que era el camino. Pero cuando las decisiones de los burócratas de Bruselas afectaron los intereses nacionales de la Gran Bretaña, se produjo el Brexit, con sus costosas desconexiones en los intercambios transfronterizos desde el 1° de enero de 2021. El hundimiento del programa Erasmus de movilidad de estudiantes y docentes fue una de sus consecuencias no deseadas, así como el impacto negativo en la salud mental de los británicos.

Concluyamos. El buenismo de los corazones timoratos siempre insistirá en las bondades de la integración de los estados nacionales de Iberoamérica. Pero este deseo cristiano, basado en el precepto del amor al prójimo, tiene que hacerse cargo de la realidad de los intereses particulares de los Estados nacionales. Este poderoso obstáculo, irrenunciable, tiene que tratarse con propuestas de integración en el que todos los involucrados ganen algo. Si esto no se formula con extrema claridad, el proyecto no durará mucho. Los estadistas, tan escasos en nuestros países, tendrán que hacerse cargo de este principio: no solo debe ganar su sociedad nacional, sino también las otras sociedades. La generosidad, a la larga, es la que vence en este mundo.

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