¿Mayor cooperación política en América Latina? Por supuesto, aunque sin olvidar los objetivos económicos de la integración

Por: GERMÁN A. DE LA REZA

El avance de los gobiernos de izquierda en prácticamente todo el subcontinente, ha sugerido a varios centros de toma de decisiones, la necesidad u oportunidad de plantear la integración latinoamericana en términos parecidos a como se propuso hace dos décadas. Conviene recordar los principales determinantes de aquellos años.

Hacia 2002, la creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) marchaba viento en popa y el borrador del tratado, redactado por doce grupos negociadores durante cuatro años, auguraba su conclusión en 2005, con la firma del tratado comercial de mayor cobertura geográfica del mundo.

Pero no todo eran buenas noticias para el ALCA; en los hechos, éstas eran las últimas. El ataque frontal protagonizado por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y otros países del Mercado Común del Sur (Mercosur), cada vez más insistentes y representativos, descarrilaron el proyecto hemisférico y la oleada izquierdista, beneficiando de altos precios de materias primas, en particular el petróleo, lo sustituyó con sendos programas de cooperación política e intergubernamental: la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), creada en 2004, y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) de 2008. Sin sorpresas, la IV Cumbre de las Américas, organizada del 4 al 5 de noviembre de 2005 en Mar de Plata, decretó la defunción del ALCA y el concomitante refuerzo de la visión cooperativista intergubernamental, de buena parte del subcontinente, en desmedro de la ampliación de mercados y el desarrollo industrial.

Veinte años después de estos sucesos, la integración latinoamericana ofrece un rostro parecido, aunque el nuevo vuelco a la izquierda de los gobiernos de la región, tiene ante sí un desafío mayor y cuenta con recursos bastante menores. La otrora boyante economía venezolana sigue inmersa en contradicciones y le tomará varios años alcanzar los niveles del PIB de 2002. Los famosos equipos negociadores mexicanos han sido reemplazados, en parte, por funcionarios más atentos al acompañamiento de la política nacional, que a mejorar la posición internacional del país.

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La Argentina, por su parte, vuelve a las acrobacias financieras y al dispendio presupuestario, aunque hoy tengan mecha más corta y los caminos de salida sean tanto o más dolorosos que en el pasado. El plebiscito constitucional de Chile, realizado el pasado 4 de septiembre, nos recuerda la volatilidad de los consensos revolucionarios, con la claridad que permite su sólida democracia y que, en este caso, forzará un ajuste centrista. En el más reciente cambio de gobierno, es improbable que Colombia pueda acompañar de forma activa, la integración política regional por el poco margen de maniobra que le dejan sus delicados equilibrios, tanto internos como externos.

El aumento del precio del petróleo como efecto de la invasión rusa a Ucrania y la búsqueda de distender las relaciones interamericanas por parte del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ofrecen algunas ventanas de oportunidad para los nostálgicos de la estrategia ideológica, pero incluso, la completa adhesión latinoamericana a este tipo de cooperación, no impulsará por sí misma la interdependencia económica, ni resolverá los problemas que viene ocasionando la permanente pérdida de peso económico de la región en el mundo.

 

Por el contrario, los componentes económicos de la integración –ampliación de mercados mediante la erradicación de obstáculos al comercio, atracción de capitales productivos, facilitación del comercio, salto tecnológico y pragmatismo en las relaciones económicas internacionales–, no han perdido su importancia como instrumento central, para la cimentación de una respuesta conjunta ante un mundo más dinámico, competido y complejo.

En estas circunstancias, la conexión ideológica haría mal en desconocer su insignificancia, a la hora de solucionar los asuntos corrientes e importantes de la integración latinoamericana. El resultado esperable de la actual orientación política de la región –el advenimiento de una sociedad con ingresos menos desiguales–, puede y debe potenciar la agenda social y cultural del subcontinente, pero el éxito real y no discursivo de esta política, depende de la inteligente protección de la base material. Mayor cooperación política, sin duda, aunque sin deslindarla de una eficaz conducción económica de la integración latinoamericana.

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