Quinientos años de integración

Quinientos años de integración

Por: Franz Mutis Caballero
Cúbica

Las naciones que hoy conforman los países latinoamericanos son el resultado del particular proceso que se inicia con la migración europea en 1492; al arribo de Colón y sus expedicionarios a Guanahani, la Corona Española declara el dominio sobre las tierras y los habitantes del territorio que conocemos como América. [1]

El proceso de integración latinoamericana[2] es sinuoso;  desde el contacto inicial del europeo con los habitantes de estas tierras hasta los albores del siglo XIX, con  el dominio de la Corona Española absolutista y de mano con la Iglesia Católica, legislaciones y capitulaciones realengas por doquier y con el proyecto de integrar tierras y habitantes a los esquemas político administrativos de la Corona, se establecieron los Virreinatos y  las Capitanías Generales, aglutinadoras de las provincias, en territorios  demarcados por accidentes geográficos; en paralelo a la fusión cultural,  inducida por el ala dominante, se amalgama el mestizaje que hoy  nos identifica, recogiendo atributos particulares en cada una de las divisiones territoriales administrativas, pero conectadas  con la Corona; este algoritmo de aparente unidad con el monarca como símbolo, engendra en sí mismo la división que se manifiesta explícitamente cuando en 1810 surgen las declaratorias de autonomías locales y entonces  cada provincia quiere resolver su gobernanza en forma particular y al tratar de entrometerse con el vecino surgen las pugnas, muchas resueltas con guerras civiles internas, hasta cuando en 1814 a partir del regreso de Fernando VII al ejercicio absolutista,  la  confrontación se redirecciona entre los independistas y los realistas.

Después de participar en la independencia de los Estados Unidos de América y en la Revolución Francesa, el venezolano Francisco de Miranda se convierte en el precursor de la independencia de la Latinoamérica2 dominada por la Corona Española; en sus planteamientos del proceso independista señala que una vez lograda la soberanía de cada territorio se integraría a un gran estado confederado soberano, que se llamaría Colombia. Es entonces Miranda quien primero habla de integración Latinoamericana y también quien promueve el nombre de Colombia como posible denominación de un futuro estado. A pesar del grave enfrentamiento[3] entre Bolívar y Miranda, tres  años más tarde,  el 6 de septiembre de 1815 desde Kingston, en perfecta consonancia con los postulados de Miranda, en su famosa y conocida Carta de Jamaica, Bolívar expresa su pensamiento libertario e integracionista: 

«Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo en una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene su origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; […] ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración”.

Bolívar no abandona su derrotero; después del triunfo en el puente de Boyacá, hito definitivo que abre paso al proceso de construcción de un nuevo régimen, vuelve a  Angostura donde está en desarrollo el Congreso del reducto de República Venezolana y en unión con Santander asumen la meta de convocar el Congreso Constituyente de la República de Colombia en año de 1821 en la Villa del Rosario  de Cúcuta,  integrando  en una república los territorios del Virreinato de la Nueva Granada y la Capitanía General de Venezuela. Es el primer paso efectivo de una integración.

El empeño de Integrar las naciones, que logran establecerse como estados independientes y autónomos, permanece en la mente del “libertador presidente” y lo mueve a convocarlas en Panamá al Congreso que se conoció con el apelativo de Anfictiónico; sesionó desde el 22 de junio hasta el 15 de julio de 1826 y tuvo como objetivo establecer una confederación de naciones hispanoamericanas. Aunque su objetivo no se logró, se destaca que es el primer intento de crear un organismo internacional y asistieron representantes de México, Perú, República Federal de Centro América.

Desde entonces diferentes y numerosas iniciativas de instituciones internacionales en el marco latinoamericano han germinado, unas de corto alcance en el tiempo y otras permanecen; las primeras tendientes a fortalecer los procesos de conformación de los estados nacionales como independientes; en el transcurso de la maduración de cada uno de estos estados hay instituciones que han surgido básicamente con el propósito del fortalecimiento de economías orientadas por los mercados y otras por la producción. Desde la segunda guerra mundial algunas con énfasis en el derecho humanitario y en las últimas décadas con énfasis en la sostenibilidad.

Cuando las instituciones nacen con sesgos de visiones políticas particulares, tienen tanta fuerza que en un principio crecen, pero con el tiempo las contradicciones que generan terminan por disminuirlas. Las esferas de algunas de ellas se superponen y se refuerzan y en algunos casos se generan tensiones.  La experiencia de la Unión Europea es un referente importante en consideración; fundamentalmente todas las naciones hacen parte de un globo hoy perfectamente conectado; no es posible desarrollar nada totalmente aislado de la gran Red que interconecta el mundo y que tiende a unificarse, a pesar de los movimientos nacionalistas que siguen aflorando.

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[1] El dominio de La Corona Española sobre Suramérica y Centroamérica es casi total; consideración especial la inserción de Brasil en Suramérica, por obedecer a los acuerdos establecidos entre el Rey  Juan II de Portugal y los  reyes católicos Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón,  contemplados en el Tratado de Tordesillas de 1494 que, al trazar un meridiano para definir el dominio de la Corona Española sobre el Atlántico, define en el nuevo mundo  el territorio que le pertenece a Portugal. En los inicios del proceso de expansión de la Corona Española, los territorios del sur de Norteamérica también le pertenecen.

[2] Latinoamérica es el conjunto de naciones nacidas de los procesos de conquista y dominio de las Coronas Española y Portuguesa. El idioma las identifica, el portugués en Brasil y en las demás naciones el español.

[3] En 1810 en Caracas bajo el comando de Miranda, Simón Bolívar hace parte de la estructura militar que sostiene la independencia temporal de Venezuela, cuyo desarrollo termina en la capitulación que firma Miranda el 25 de julio de 1812, devolviendo el control de Venezuela a los realistas y generando un profundo malestar en Bolívar y demás libertarios que estiman que Miranda los traiciona y serían apresados mientras Miranda pretendía abandonar Venezuela. Por una suerte de emboscada en la que Bolívar es parte activa, Miranda es arrestado y transportado a la península y por el contrario Bolívar logra ir a la Nueva Granada y recibir apoyo de la Provincias Unidas que continúan en la gesta independista.

 

Ideas para una Integración económica en Latinoamérica y el Caribe

Ideas para una Integración económica en Latinoamérica y el Caribe

Por: Boris Ríos
Abogado de la Universidad Libre

La integración económica en Latinoamérica y el Caribe se promovería en mejor medida si se adoptaran políticas económicas de mínima intervención del Estado, bajos impuestos, cero monopolios, siempre en respeto y defensa del medio ambiente, retomando la costumbre como fuente principal de derecho.

Permitir crear riqueza mediante por ejemplo el desarrollo de economías de escala, sin garantizar un control adecuado sobre el medio ambiente puede conducir a futuras consecuencias funestas para la humanidad.

Actualmente, existen Zonas Económicas Especiales (ZEE o SEZ), zonas de libre comercio (FTZ), zonas de procesamiento de exportaciones (EPZ), zonas libres (FZ), parques industriales (IE), puertos libres, zonas de emprendimiento urbano, zonas francas de las américas, etc. donde se aplican leyes especiales orientadas a desarrollar economías de libre mercado.

En Colombia, mediante la Ley 1955 de 2019, se estableció un régimen especial que permite acceder a beneficios en materia tributaria y aduanera en varios Departamentos, así como en ciudades capitales.

Hoy, en el mundo, hay más de 5500 zonas económicas especiales, distribuidas en 195 países, y más de 500 nuevas zonas proyectadas. Cerca de 500 zonas económicas especiales están ubicadas en la región de Latinoamérica y el Caribe, representando menos del 10% a nivel mundial.

En estas zonas económicas especiales, a pesar de facilitar el libre comercio, aún subsiste mucha intervención de sus Estados miembros que desmejora la posibilidad de crear riqueza desde la expansión de las ideas, propiedad intelectual, y fuerza empresarial.

Bajo tal premisa, cuando el Estado planifica, controla e impone regulaciones que rigen los mercados se forma un círculo vicioso consistente en crear más regulación para resolver los problemas que surgen como consecuencia de regulaciones anteriores. Al imponer barreras arancelarias, aduaneras, fiscales, etc, por ejemplo, entre países miembros, se genera una ruptura o desequilibrio en el mercado que facilita la creación de nuevos monopolios, carteles de precios, competencia desleal, corrupción, dumping, etc.

Tal debilitamiento económico es producto de regulaciones deliberadas y planificadas por Gobiernos que pretenden a partir de predicciones artificiales resolver o controlar el comportamiento e intereses de los individuos. Esto es un error puesto que no es posible cuantificar la acción humana como lo intentaron y fracasaron modelos colonialistas, centralistas, socialistas, fascistas, nazistas, peronistas, comunistas, keynesianos, mercantilistas, monetaristas, etc.

La fascinación latinoamericana por el positivismo jurídico, se quedó en la idea de que el Estado iba a solucionar los problemas de la sociedad, sin embargo, no hemos podido superar esta falacia durante toda nuestra historia.

En contra de las políticas económicas libres, sus detractores han desvirtuado expresiones como la “libre competencia” y “mercados abiertos”, al incorporar falazmente en su estructura la imposición, entre otros, de gasto público, deuda Estatal, déficit fiscal, y debilitamiento de la división de poderes, comprometiendo vigencias futuras y concesiones a muy largo plazo. Estas no son políticas de economías libres. Esto bajo cualquier lógica se llama corrupción. Cuando el Estado otorga privilegios a algunos, el resto de la población financia esos privilegios. Los empresarios que buscan favores del Estado, y denigran de la expresión privatización, la utilizan para transferir los monopolios estatales a los monopolios privados.

Los padres fundadores que estructuraron la política económica para EEUU facilitaron el comercio y la creación de riqueza gracias a la visión de permitir para su comercio un mercado libre, bajos impuestos y sin ayudas extranjeras. Hoy en día en EEUU y en otras potencias económicas no ocurre lo mismo, pues sus líderes permiten en sus territorios regulaciones con excesiva intervención del Estado, subsidios y ayudas a su población, diferente a lo ocurrido cuando crearon sus riquezas.

No se extraña que las potencias económicas insistan mediante organismos internacionales como el Banco Mundial, Fondo Monetario internacional, CEPAL, consenso de Washington, etc, en traer a los países latinoamericanos propuestas donde continúen las estrategias de ayudas generalizadas a través de endeudamiento impagable con la falacia del proteccionismo, incentivos, subsidios y planificación. Para nadie es un secreto que una vez llegan tales ayudas e incentivos a cada país Latinoamericano, se crea más pobreza y corrupción; sin olvidar que los destinatarios de tales ayudas tampoco las reciben, y las recibidas se traducen en pago de favores políticos.

En la falacia proteccionista, la eficiencia de los grupos de presión y poder que se benefician de ella, premia las actividades ineficientes a sacrificio de las eficientes, empobreciendo al país entero. Esta es una de las tantas razones por las cuales las organizaciones internacionales sugieren para los pueblos latinoamericanos que a través de los impuestos se distribuya la riqueza, es decir que se graven los rendimientos para luego distribuirlos a través de la seguridad social, por ejemplo. Gravar con altos impuestos los rendimientos de inversiones de capital comporta medidas que alejan la competitividad e inversión del país. Los impuestos progresivos que gravan por ejemplo el 1% al que gana $100, y el 30% al que gana $1000, distorsionan al mercado. No dejan crecer al que mejor satisface los intereses de los demás, y quita incentivos a aquel que satisface en mejor medida el proyecto de vida y utilidad marginal de los demás.

Las potencias económicas para no perder sus estatus y liderazgos, seguirán proponiendo para América latina megaproyectos y no el fomento de la micro empresa dentro de un mercado libre y espontáneo que constituya para estos pueblos una verdadera solución de crecimiento natural y paulatino según sus fortalezas, como por ejemplo economías agrícolas.

La escuela de economía libre enseña entre otros temas que la productividad es alta si se invierte mucho capital que libera costos y reduce mano de obra, o capital inmaterial como propiedad intelectual e industrial que desarrolla ciencia y tecnología; además, que la economía de un país crece siempre que se adopten bajos impuestos o los suficientes para una infraestructura mínima que facilite el libre comercio.

No es un juego de suma cero donde el rico se hace a costa del pobre, sino que por el contrario lo que busca una economía libre son resultados positivos de todos sus miembros dado que la colaboración espontánea en función del precio y necesidades de satisfacer bienes y servicios produce más de lo que individualmente puede producir cada uno. Así es como se enriquece la sociedad, con intercambios. Cualquier reforma que cree incentivos a la productividad generan riqueza. Si cada uno hace lo que mejor sabe hacer, se distribuye más eficientemente el tiempo y mejora las fortalezas de cada economía.

La distribución de riqueza artificialmente a través de monopolios, impuestos y corrupción quita incentivos para crear riqueza y para tomar mecanismos de precaución eficiente. En esta lógica mercantilista se ha movido durante siglos la historia de América latina. Los empresarios no compiten por satisfacer las necesidades y recursos escasos del consumidor sino por favores políticos y privilegios. Se debe crear riqueza real y no aumentar la oferta monetaria, ni tipos de interés artificiales que crean inflación cuyo resultado es una estafa, además de traducirse en el impuesto a la pobreza. Viola el principio del óptimo de pareto. Es mercantilismo. No es una economía libre. Por ejemplo, cada vez que la banca central sube o baja, encajes bancarios, y tasa de cambio, sólo hace daño por intervención del Estado en la economía. En una economía libre los bancos actuarían en competencia reduciendo sus tasas de captación.

De adoptar las lógicas del mercado libre, entenderíamos que se trata de órdenes no deliberados o espontáneos que se rigen por principios universales como el lenguaje o el dinero cuyo origen nadie puede explicar; se crean en forma espontánea por intereses, diversidades y circunstancias infinitas. Por ejemplo, la competencia cumple su función cuando no prohíbe a otros competidores el ingreso al mercado; en caso contrario, se trata de un monopolio, competencia desleal, etc.

Los fenómenos del mercado libre nadie los planifica; con ellos, el hombre libre los utiliza para crear riqueza y mejorar su bienestar dentro de un contexto de mercados desiguales e imperfectos. De igual forma, el mercado libre no necesita regulación ni intervención excesiva; simplemente se autorregula y se auto ordena en forma natural; gana quien acierte en mejorar la satisfacción de los intereses de los demás, dentro de un marco de libertad, limitado por el respeto ajeno, y el derecho del otro.

La relatividad en los precios, por ejemplo, permite un comercio libre dado que cada precio transmite conocimiento implícito que ajusta el comportamiento de cada agente económico a la situación actual del mercado y permite tomar decisiones racionales, fácilmente comparables. Establecer una política de precios fijados por el Estado es crear corrupción.

La oferta, la demanda y la competencia libre, con mínima intervención estatal, sin monopolios se encarga de ajustar los precios y competidores, sin necesidad de regular el antidumping o las burbujas creadas artificialmente por ciertos intereses de poder. Los precios compiten por la satisfacción de los intereses. Las empresas ganan si sus costos están por debajo de los fijados naturalmente por la oferta y demanda del mercado libre. En caso contrario aparecen las liquidaciones forzosas o quiebras.

No obstante las bondades que ofrecería adoptar una política de comercio libre, en las Constituciones Políticas de varios países Latinoamericanos, su estructura política, social y económica distorsionan gravemente el intercambio de bienes y servicios, y no permiten el equilibrio económico de forma natural en el comercio interior y exterior en cada uno de sus países miembros al contener en ellos componentes fuertes de planificación, control, regulación, Estado bienestar, intervención excesiva del Estado, políticas de subsidios, impuestos muy altos que gravan la riqueza y permiten su redistribución, imposición de precios máximos o mínimos, barreras arancelarias, impuestos por fronteras y aduanas, estímulos creados artificialmente, entre otros.

Con este panorama latinoamericano se entienden las dificultades en cumplir el mandato constitucional contenido en el preámbulo de la Constitución Política Colombiana referido al compromiso de impulsar la integración de la comunidad Latinoamericana, así como la promoción de la integración económica, social y política con América Latina y del caribe.

Como corolario de las ideas esbozadas, para la creación de un mercado libre y de economías eficientes a largo plazo, se requiere respetar la libertad de Empresa, los contratos y el derecho a la propiedad privada, bajo normas comunitarias mínimas expresadas mediante costumbres registradas como fuente de derecho que permitan el comercio libre en América Latina y del Caribe, que se garanticen dentro de un marco del respeto por el debido proceso, muy sólido y eficaz, que proteja la inversión, garantías y transacciones efectuadas, logrando en sus agentes económicos incentivos en tomar precauciones eficientes para su cumplimiento.

 

En tal sentido, si el Estado no es capaz de mantener el orden, la seguridad jurídica, el Estado de derecho, con un sistema judicial que funcione, seguirán naciendo monopolios, corrupción, etc. y en consecuencia seguirá creciendo la informalidad por tratarse de una estructura institucional ineficiente.

 

En el Estado de derecho, la ley es un límite al poder. En el Estado de legalidad, la ley es un mero reflejo del poder mercantilista de países que mantienen a América Latina en la pobreza.

Para el análisis económico del derecho, que nace en 1937 con Ronald Coase, con el texto «la naturaleza de la empresa» como un diálogo entre la economía y el derecho, éste último, es una consecuencia de la acción humana que estudia los costos y beneficios de las instituciones y su mayor o menor eficiencia, partiendo de la base que el derecho es costoso y que no todo régimen jurídico es igual. No es positivismo o iusnaturalismo o neoconstitucionalismo, etc.

El Estado de derecho no es Estado de legalidad porque el derecho es costoso, no es gratuito. El derecho es asimétrico, es decir, una misma ley no les cuesta igual a dos personas, y es inversamente proporcional al ingreso de la población, pues le sale más costoso a una persona pobre cumplir la ley que a un rico, que puede prever en mejor medida los costos de transacción y externalizar sus riesgos a través de la previsión y los seguros.

Bajo tal premisa, la corrupción es un efecto y no una causa, producto de una eficiente o deficiente estructura institucional; la corrupción será la consecuencia de una ley muy costosa que la mayoría de la población no puede cumplir al requerir más tiempo e información para cumplirla. Toda barrera al mercado genera una ley ineficiente. Así, el que paga por el soborno toma como una especie de seguro para evitar que le apliquen la ley ineficiente. Es decir, le conviene más pagar el soborno o las indemnizaciones premeditadas que cumplir la ley ineficiente. Por el contrario, toda ley eficiente que introduzca competencia, eliminando el monopolio hace más eficiente el mercado.

Cuando el costo de cumplir la ley excede el beneficio de quien la debe cumplir, la misma ley incentiva su incumplimiento. Cuando es costoso e ineficiente obedecer la ley, esta se incumple, y se pasa a la costumbre como fuente de derecho. El mercado informal o la costumbre genera entonces más incentivos que la ley ineficiente. Latinoamérica ha sobrevivido en su economía gracias a la informalidad y a la costumbre. Por qué no formalizar esta lógica que sobresale en la realidad latinoamericana. Se trata de la informalidad y la costumbre como órdenes jurídicos, en competencia con el positivismo, que resultan más útiles para satisfacer el mercado y la integración latinoamericana.

La esquiva integración regional

La esquiva integración regional

Por: EDUARDO DURÁN GÓMEZ

Mientras el continente Europeo pudo lograr su integración desde el 1 de noviembre de 1993, cuando se firmó el Tratado de Maastricht, es decir ya casi 30 años, en donde fue posible lograr una libre circulación de todos los ciudadanos, una sola moneda y unos acuerdos básicos para el manejo de las economías y la cooperación entre los Estados miembros, en América Latina todavía estamos lejos de vislumbrar un escenario parecido que nos permita evolucionar para lograr instrumentos eficaces que permitan fortalecer la vida de los ciudadanos y las economías de los países de la región.

Hemos tenido muchos intentos, como el Pacto Andino, integrado por Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú y Chile, pero del cual desertaron Venezuela y Chile. También la Unión de Países Suramericanos, Unasur, del cual solo quedan cuatro países, pues poco a poco fueron desertando la mayoría de sus miembros.

La realidad es que dentro de estos esquemas de integración, han primado intereses políticos de los países, en donde los regímenes de izquierda o de derecha han tratado de imponer sus criterios, lo que conlleva la desbandada de quienes no comulgan con lo que se ha estipulado.

Esto nos ha llevado a tener fronteras completamente cerradas, como es el caso de lo ocurrido entre Colombia y Venezuela, y a agrios enfrentamientos en donde ha habido de todo, hasta ruptura total de las relaciones diplomáticas.

Ahora se ha reunido lo que se ha denominado como El Grupo de Puebla, también llamado progresismo iberoamericano, promovido por Dilma Rouseeff, José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Ernesto Samper, quienes, aprovechando la ola socialista en América Latina, intentan promover un esquema de integración nuevo.  

Mientras los líderes de la región no maduren, no será posible el diseño de un marco conceptual serio y de largo alcance, que permita un esquema de entendimiento sobre los aspectos básicos de una verdadera integración. El sueño del Libertador Simón Bolívar, de conformar una región grande con la unión de todos los pueblos de la región, se encuentra, dos siglos después, demasiado lejos de poderse materializar, pues no existe conciencia de la importancia que tiene para el Continente un marco de integración que una a sus pueblos y les brinde oportunidades reales para un desarrollo armónico y con ventajas competitivas frente al resto del mundo.

Esto ha llevado a que, a la hora de las decisiones, nuestros países no encuentren fortalezas que les permitan ser oídos con respeto, pues es claro que la pequeñez nos invade y no nos permite avanzar, a través de esquemas planificados y de largo alcance, apartados de etiquetas políticas y pensando solo en la integración del pueblo latinoamericano. 

Se requieren líderes de enorme prestigio y que piensen mas allá de un proceso electoral o del aprovechamiento de una oportunidad ideológica, para que se puedan construir bases con grandeza y siempre pensando en las futuras generaciones. De no ser así, siempre vamos a comenzar mal, y desde luego, seguiremos terminando mal.

Una Latinoamérica unida, puede resultar un experimento de una enorme dimensión, que la comunidad internacional sabrá respetar y valorar, y tendremos entonces un nuevo escenario en donde el respeto hacia la región será la característica general. Desde el punto de vista geopolítico, su importancia resulta mayúscula, y los beneficios sobre la población no se harán esperar.

De no ser así, continuaremos siendo el patio de atrás del mundo.

¿Mayor cooperación política en América Latina? Por supuesto, aunque sin olvidar los objetivos económicos de la integración

¿Mayor cooperación política en América Latina? Por supuesto, aunque sin olvidar los objetivos económicos de la integración

Por: GERMÁN A. DE LA REZA

El avance de los gobiernos de izquierda en prácticamente todo el subcontinente, ha sugerido a varios centros de toma de decisiones, la necesidad u oportunidad de plantear la integración latinoamericana en términos parecidos a como se propuso hace dos décadas. Conviene recordar los principales determinantes de aquellos años.

Hacia 2002, la creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) marchaba viento en popa y el borrador del tratado, redactado por doce grupos negociadores durante cuatro años, auguraba su conclusión en 2005, con la firma del tratado comercial de mayor cobertura geográfica del mundo.

Pero no todo eran buenas noticias para el ALCA; en los hechos, éstas eran las últimas. El ataque frontal protagonizado por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y otros países del Mercado Común del Sur (Mercosur), cada vez más insistentes y representativos, descarrilaron el proyecto hemisférico y la oleada izquierdista, beneficiando de altos precios de materias primas, en particular el petróleo, lo sustituyó con sendos programas de cooperación política e intergubernamental: la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), creada en 2004, y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) de 2008. Sin sorpresas, la IV Cumbre de las Américas, organizada del 4 al 5 de noviembre de 2005 en Mar de Plata, decretó la defunción del ALCA y el concomitante refuerzo de la visión cooperativista intergubernamental, de buena parte del subcontinente, en desmedro de la ampliación de mercados y el desarrollo industrial.

Veinte años después de estos sucesos, la integración latinoamericana ofrece un rostro parecido, aunque el nuevo vuelco a la izquierda de los gobiernos de la región, tiene ante sí un desafío mayor y cuenta con recursos bastante menores. La otrora boyante economía venezolana sigue inmersa en contradicciones y le tomará varios años alcanzar los niveles del PIB de 2002. Los famosos equipos negociadores mexicanos han sido reemplazados, en parte, por funcionarios más atentos al acompañamiento de la política nacional, que a mejorar la posición internacional del país.

 

La Argentina, por su parte, vuelve a las acrobacias financieras y al dispendio presupuestario, aunque hoy tengan mecha más corta y los caminos de salida sean tanto o más dolorosos que en el pasado. El plebiscito constitucional de Chile, realizado el pasado 4 de septiembre, nos recuerda la volatilidad de los consensos revolucionarios, con la claridad que permite su sólida democracia y que, en este caso, forzará un ajuste centrista. En el más reciente cambio de gobierno, es improbable que Colombia pueda acompañar de forma activa, la integración política regional por el poco margen de maniobra que le dejan sus delicados equilibrios, tanto internos como externos.

El aumento del precio del petróleo como efecto de la invasión rusa a Ucrania y la búsqueda de distender las relaciones interamericanas por parte del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ofrecen algunas ventanas de oportunidad para los nostálgicos de la estrategia ideológica, pero incluso, la completa adhesión latinoamericana a este tipo de cooperación, no impulsará por sí misma la interdependencia económica, ni resolverá los problemas que viene ocasionando la permanente pérdida de peso económico de la región en el mundo.

 

Por el contrario, los componentes económicos de la integración –ampliación de mercados mediante la erradicación de obstáculos al comercio, atracción de capitales productivos, facilitación del comercio, salto tecnológico y pragmatismo en las relaciones económicas internacionales–, no han perdido su importancia como instrumento central, para la cimentación de una respuesta conjunta ante un mundo más dinámico, competido y complejo.

En estas circunstancias, la conexión ideológica haría mal en desconocer su insignificancia, a la hora de solucionar los asuntos corrientes e importantes de la integración latinoamericana. El resultado esperable de la actual orientación política de la región –el advenimiento de una sociedad con ingresos menos desiguales–, puede y debe potenciar la agenda social y cultural del subcontinente, pero el éxito real y no discursivo de esta política, depende de la inteligente protección de la base material. Mayor cooperación política, sin duda, aunque sin deslindarla de una eficaz conducción económica de la integración latinoamericana.

Entrevista exclusiva para CÚBICA con el expresidente de Colombia, Ernesto Samper Pizano.

Entrevista exclusiva para CÚBICA con el expresidente de Colombia, Ernesto Samper Pizano.

Por: DAVID SILVA ESPINOSA

La entrevista fue concedida el pasado cuatro de octubre de 2022. Agradecimientos Especiales: Al profesor Juan Camilo Giorgi Martínez y al presidente de la Corporación Buen Ciudadano, Celestino Arango Cano.

Las contribuciones de la familia Samper al progreso de Colombia, se cuentan en diferentes campos. Por su conducto, llegaron las Cámaras de Comercio, la Cruz Roja, la Energía Eléctrica de Bogotá, la primera fábrica de cemento, y la educación liberal del Gimnasio Moderno.

Al margen de un origen social que lo predestinaba al triunfo, su propia valía y esfuerzo, llevó al expresidente Ernesto Samper, a convertirse en figura clave de la política colombiana y continental.

Sus éxitos políticos se forjaron a partir de una sólida formación. Se graduó del Gimnasio Moderno, luego se licenció en Economía y Derecho por la Universidad Javeriana (1972), y adelantó estudios de posgrado en la Universidad de Columbia (Nueva York), en 1979.

Complementó la política con diferentes aristas del poder; desde lo financiero[1], estatal[2] y diplomático[3], lo que moldeó a un hábil negociador, nota distintiva del político exitoso que sopesa problemas complejos y encuentra el equilibrio entre diversas fuerzas en tensión.

Fue secretario general del Partido Liberal (PL) y en 1982, fundó el Instituto de Estudios Liberales. Conquistó todos los niveles de representación popular (concejal, diputado, senador), antes de ser ungido por el pueblo colombiano como su presidente número 56, (1994-1998) y el último elegido por el PL. 

Su formación le permitió adquirir las destrezas para mantenerse vigente. A tal punto que, en 2014, por consenso del Consejo de jefes de Estado de los países miembros de la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR[4], fue designado como secretario general.

Su paso por UNASUR y la amenaza más grave de la historia moderna contra la humanidad, representada en la pandemia COVID-19, le suscitaron reflexiones sintetizadas en su libro: “Grito Latinoamericano[5]”. Logra captar el momento político latinoamericano. Sus meditaciones invitan a la integración, como mecanismo político y diplomático, cuyos beneficios mejoren la calidad de vida de sus habitantes y garantice la supervivencia de la región.

Nuestra entrevista, inició con la presentación que Celestino Arango hizo de CÚBICA y la Corporación Buen Ciudadano, así como su influencia intelectual en el oriente colombiano. Seguidamente se planteó el alcance de la integración:

REVISTA CUBICA. RC: ¿Es posible hablar de integración americana, iberoamericana o sólo Latinoamericana?

Ernesto Samper. ES: Iniciemos primero la integración latinoamericana y luego pensemos otros procesos de integración, pues en materia de integración, cada quien tiene una idea distinta.

Existen dos escuelas: la integración, simplemente como un problema de libre comercio, en el que se deben firmar Tratados de Libre Comercio (TLC), traducidos en tratados con presentación proforma que incluye: desarme arancelario, protección de inversión extranjera, propiedad intelectual y garantías jurídicas para las inversiones. Sobre esta base se hacen los TLC y se reparte la integración con varios países, pero con un claro polo hegemónico de Estados Unidos a la cabeza.

Este es el modelo conservador o neoliberal de derecha sobre lo que debe ser la integración y es el tipo de integración que hemos vivido, en lo que podemos denominar como el invierno conservador que va desde 2016 a 2022.

Pero hay otra concepción de integración, la de UNASUR, que implica procesos para construir región a través de construcción de ciudadanía, de infraestructura, de redes de conocimiento, inclusive de ejes articuladores de carácter político, como la preservación de la región como una zona de paz en el mundo, preservación de la continuidad democrática, vigencia de los derechos humanos (DDHH). Por tanto, son dos concepciones distintas.

Aterrizando el tema a la realidad latinoamericana, nunca ha sido tan importante la integración como ahora y nunca hemos estado tan desintegrados como estamos en ese momento.

Esa desintegración no depende de los TLC, que es la versión conservadora, sino de la vocación integracionista de la región, en una articulación de todos los intereses que nos unen. Lamentablemente, en los últimos 5 años, se perdió la posibilidad de construir o reactivar ese espíritu integracionista. Esa es la responsabilidad que tenemos por delante.

RC: Los países latinoamericanos, incluyendo Colombia, tienen dificultades en la construcción de su identidad y en su integración interna. ¿Sin unidades sólidas, cómo contemplar la integración de naciones latinoamericanas?

ES: Después del COVID-19, el mayor virus que ha tenido América Latina ha sido el virus de la ideologización de las relaciones internacionales.

Esto es muy importante para entender que una cosa es la politización de las relaciones internacionales, que consiste en que los países a pesar de que tengan signos ideológicos distintos, pueden encontrar unos comunes denominadores políticos que los identifiquen (democracia, paz o Derechos Humanos) y otra cosa muy distinta, que se ha vivido en la región los últimos 5 años es la ideologización de las relaciones internacionales, es decir, yo no me integro, no hablo, no sumo esfuerzos, sino con el gobierno que piensa igual a mí, que tiene los mismos principios y los mismos ejes de integración ideológica.

Creo que esa ideologización de las relaciones internacionales acabó con los procesos de integración que estaban en curso hace cinco años y terminó reemplazando a un organismo como UNASUR, donde existían gobiernos de diferente signo ideológico que compartían unos mismos denominadores comunes, como los señalados y lo convirtió en clubes ideológicos.

En ese marco se debilitó a UNASUR y se formó PROSUR, que tiene más de PRONORTE que de PROSUR, porque era una especie de afiliación o de declaración de dependencia ideológica a los Estados Unidos, o el Grupo de Lima, que se acabó cuando Perú resolvió salir del Grupo de Lima, entonces se acabó la sede, porque ya no era de Lima, pues Perú ya no estaba.

Los países no se integran en función de los intereses ideológicos de sus gobiernos sino de las necesidades de articulación de políticas comunes de los Estados. Es una relación entre Estados, diferente a una integración entre gobiernos.

Los procesos de integración vigentes (MERCOSUR – Alianza del Pacífico) estos países no se integraron como gobiernos, sino como Estados, y firmaron tratados constitutivos como Estados siendo hoy una integración de Estados, independiente de las políticas.

Diferente a la diversidad de la Unión Europea, Latinoamérica es una sola nación, en sus raíces, en sus dependencias, en sus luchas, hablamos la misma lengua, la misma historia.

Es preciso distinguir dos procesos distintos de colonización; la del norte, totalmente disruptivo que acabó con los pueblos originarios, y los territorios fueron ocupados por colonos, pero en América Latina, hubo integración primaria: mestizaje, una fragua étnica y una secundaria: la evangelización y un sincretismo religioso.

RC: ¿La Organización de Estados Americanos, OEA, es un factor de integración o sólo preserva e impone tendencias políticas?, Además, en América Latina, existen diferentes tendencias y organismos de integración, ¿cómo armonizar o unificar esfuerzos?

ES: Lo primero que debemos hacer es reemplazar el viejo y obsoleto sistema de integración latinoamericano. Cuando fui Presidente de la Cumbre de las Américas, en Miami, el Presidente Bill Clinton, en 1994, propuso un gran bloque americano, que incluyera el Sur, el Centro y el Caribe, y el Norte, para reconciliar los espíritus de Bolívar, O’Higgins y San Martín, con el de los padres fundadores de los Estados Unidos, del talante de Jefferson y Lincoln.

Estábamos imbuidos en una nube de integración, todos estábamos de acuerdo, que tenía sentido este bloque americano de integración, frente al Bloque Europeo y Asiático, pero lamentablemente a los pocos meses de estar en este éxtasis integracionista, EE.UU., suscribió el ALCA con México, lo cual acabó la posibilidad de integración, porque lo que había sido planteado como una integración multilateral terminó convertido en una integración bilateral de los EE.UU.

Recordemos que la Comunidad Andina, precisamente se rompió cuando Perú y Colombia, firmaron unos TLC con EE.UU., que acababan con los compromisos, frente a Venezuela, Ecuador, Bolivia, para hacer una especie de unión aduanera andina. Los TLC acabaron con las posibilidades de integración en ese momento.

El sistema de desarrollo es lo que queda, la relación de América Latina con EE.UU., está haciendo crisis, en primer lugar, porque el Acuerdo de San José, con su Corte de Derechos Humanos de Costa Rica, no ha sido suscrito por los Estados Unidos, por tanto, no forman parte de esa columna vertebral.

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) quedó en manos de una persona de la época de Donald Trump, nos quitaron el BID a los latinoamericanos. El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, (TIAR[6]), es un acuerdo defensivo, cuestionable en la actualidad dado que su origen se remonta a recién finalizada la Segunda Guerra Mundial.

RC: ¿Es posible construir un tratado integracionista ajeno a tendencias políticas, de izquierda, de centro o derecha, que cuente con instrumentos jurídicos más estables, no supeditados a la unilateralidad de cada gobierno y permitan fortalecer a América Latina?

ES: Hago parte de los fundadores del Grupo de Puebla, que es un foro político y académico integrado por líderes progresistas de América Latina[7]. Su objetivo principal es articular ideas, modelos productivos, programas de desarrollo y políticas de Estado de carácter progresista.

Precisamente, el Presidente de Argentina, Alberto Fernández, lidera la Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños (CELAC). Hemos concluido que el primer paso es fortalecer la CELAC, mecanismo sombrilla donde estamos los 34 países, pero en estos momentos CELAC es débil, entonces la primera tesis es fortalecerla, empoderarla técnicamente, nombrarle un secretario general, que tenga un tratado constitutivo y que actúe como una cancillería de América Latina frente a un nuevo multilateralismo y, en segundo lugar, reactivar UNASUR.

Es necesario reactivar[8] UNASUR, porque ha sido el experimento que ha llegado más lejos en materia de integración, porque no solo combina la parte política (temas de democracia y paz), sino que además tiene más de 20 agendas sectoriales que se trabajaron por 10 años, en diferentes ámbitos como educación, salud, drogas, en agendas sectoriales muy similares y al estilo de las desarrolladas por la Unión Europea.

En tercer lugar, nos queda el camino de la convergencia. En América Latina hay diez procesos de integración en curso (Alianza del Pacífico, la Comunidad Andina, Mercosur, ALBA, Pacto Amazónico, estados del caribe, CARICOM, CICA, CELAC). Estamos trabajando con un grupo de expertos para no acabar con estos mecanismos, sino sintonizarlos, para que trabajen conjuntamente en una dirección que puede terminar en la CELAC, con tres columnas, eliminando duplicidades, y concentrarnos en lo que cada una está especializada.

Hay temas que en cada región es diferente, por ejemplo, la Comunidad Andina avanzó mucho en una visa de turismo, pero MERCOSUR tiene una visa de trabajo ampliada para toda la región latinoamericana. La cedula es el pasaporte latinoamericano.

Se trata de sumar, los que lo hacen bien, que sigan haciéndolo a nombre de todos, con esa matriz de convergencia, aspiramos llegar al mismo sitio: UNASUR ampliada a toda América Latina o un proceso de convergencia que termine en un solo organismo, por lo menos en coordinación política, son los mecanismos en estudio.

RC: ¿Es entonces la integración un camino para fortalecer los procesos democráticos de la región?

Claro, debemos entender que esto debe estar acompañado con un nuevo modelo de Desarrollo. Pasamos una pandemia y no podemos volver al mismo modelo que fracasó durante la pandemia.

Necesitamos de la pandemia para darnos cuenta que debemos fortalecer el Estado, salir del mito del modelo extractivista que tenemos en sur América, vendemos todo lo que producimos en la tierra y por debajo de la tierra, pero no somos capaces de agregar valor, no solo es democracia en un sentido electoral que permita votar cada cuatro años, sino realmente construir ciudadanía y que la gente tenga derecho a tener derechos, y eso nos lleva a la igualdad social.

El problema de América Latina no es que haya tantos pobres, sino profundas desigualdades, brechas laborales, de género, de campo-ciudad, esas grietas de desigualdad son las que debemos corregir a través de unas nuevas políticas.

RC: Por favor cuéntenos de sus anécdotas y experiencias en UNASUR. 

ES: Lo importante de UNASUR fue lo que no se vio. En Bolivia, hubo prácticamente un golpe de Estado que pudo fracturarla en dos países, uno con sede en Santa Cruz y otro, en la Paz. Gracias a la intervención de Michelle Bachelet, en calidad de presidente de UNASUR, se evitó la desmembración de Bolivia.

UNASUR también evitó el golpe al Presidente de Ecuador, Rafael Correa, todo gracias a que UNASUR tenía una gran capacidad para moverse políticamente, subrayó y es importante distinguirlo ideológicamente, no importaba si el país era de derecha o izquierda, estábamos comprometidos con la Democracia.

En lo personal, fue muy reconfortante inaugurar la sede multilateral en la mitad del mundo (Quito, Ecuador). La construcción fue diseñada por el arquitecto Diego Guayasamín con todo el desarrollo tecnológico, y una inversión cercana a los cincuenta y siete millones de dólares, en contraste, con la antigua sede, que estaba en una casa vieja cuando llegué a Quito.

Mi paso por la secretaría general fue una experiencia maravillosa para activar UNASUR. Se necesita voluntad de los países y que se acabe el poder del veto, que fue un gol que le metió al Presidente Álvaro Uribe, frente a las aspiraciones de los históricos de la integración, como Chávez, Evo o Kirchner, pues Colombia entraba a UNASUR, pero todo tenía que ser decidido por consenso, lo que, en términos prácticos, le daba a un solo país el derecho de vetar a la mayoría. Eso fue finalmente lo que más daño le hizo a UNASUR. Despejado ese tema, en este momento, de los 12 países que hicieron parte de UNASUR, habrían 7 que podrían reactivarla, lo cual sería muy importante.

RC: Además de los esfuerzos de líderes políticos, ¿cómo considera el papel que podría desempeñar la sociedad civil en la integración latinoamericana?

ES: Es una muy buena pregunta porque es uno de los puntos más débiles, de UNASUR y MERCOSUR, faltó meterle pueblo. Aunque había un Consejo Suramericano Cultural, en Buenos Aires, todo quedó reducido a canales demasiado formales y diplomáticos. Es necesario hacer un gran movimiento que dé una base, también empresarios, convocar a todos los sectores, meterle unos actores distintos.

RC: La Corporación Buen Ciudadano, lleva más de 20 años, promoviendo formación democrática y competencias ciudadanas, en el oriente colombiano. Sin embargo, es un esfuerzo difícil de sostener, ¿qué recomendaciones nos podría compartir para perseverar en estos propósitos?

ES: Actualmente, tengo dos inquietudes; la integración latinoamericana y la paz en Colombia, incluyendo la aplicación del Derecho Internacional Humanitario (DIH) en medio del conflicto.

La gente piensa que, con los acuerdos de la Habana, se consiguió la Paz. Para algunos fue punto de llegada, pero para otros, punto de partida.

Se necesita gestionar con los actores del conflicto, una Coordinadora Humanitaria, acordar una agenda mínima humanitaria. Si se termina el conflicto por acuerdos (deseable) o por sometimiento (también deseable) se requiere de una agenda mínima humanitaria que cubra: protección de no combatientes, hospitales, escuelas, sustitución de cultivos. Es muy amplia la gama para que no sufra la población civil.

Estoy satisfecho con esa agenda humanitaria, y la mejor recompensa en estos temas es que cuando se defienden valores tan importantes como la vida, la movilidad y la paz, no hay pierde, por poquito que sea, uno está avanzando en un buen terreno.

RC: En su momento fundó el Instituto de Estudios Liberales, tanto la revista CUBICA y la Corporación Buen Ciudadano se suscriben ideológicamente con el laicismo y los principios liberales, ¿actualmente dirige un espacio de formación política y de gobierno para la formación de las nuevas generaciones liberales?

ES: Yo fui el último presidente liberal, elegido por el PL, no por coalición, pero actualmente no tengo una actividad proselitista, porque creo que el papel del expresidente no es ese, es ayudar a la gente que está saliendo adelante.

Figuras políticas nacionales como Luis Carlos Galán, Horacio Serpa y Germán Vargas Lleras, todos nacieron del Partido Liberal.

El PL nació de lo social, es resultado de una suma de minorías, se requiere de una nueva fuerza. Hoy se necesitan buscar nuevos temas como el cambio climático o la seguridad alimentaria. De mi parte, estoy dispuesto a ayudar, pero son tareas que le competen a los jóvenes.

Así terminó la entrevista con el expresidente Samper, no sin antes resaltar su aprecio por Santander. Se despidió con una cálida sonrisa y con su reconocido buen humor, nos subrayó:

Yo aprendí a querer a Santander a través de Horacio Serpa[9]. Son amores que no se olvidan, como las novias de jóvenes.

Los esfuerzos del expresidente Samper para materializar la integración latinoamericana están en sintonía con los designios de Simón Bolívar, quien proféticamente advertía en la Carta de Jamaica (1815), la necesidad de lograr autonomía republicana frente al Imperio Español y de proteger las jóvenes naciones contra el poder hegemónico de Estados Unidos. Mas que un ideal retórico, este fin concentra el mayor pragmatismo: sólo la unión puede garantizar supervivencia y soberanía.

El expresidente de manera perseverante y coherente ha sostenido la bandera de la integración, incluso antes de su designación como secretario general de UNASUR. En su gobierno, presidió el Movimiento de países No Alineados, los intereses de países del Sur y la integración regional desde la Comunidad Andina, por tanto, sus acciones y producción académica, lo posicionan como experto en integración latinoamericana.

Si naciones tan heterogéneas, como las europeas o asiáticas, lograron procesos de integración, Latinoamérica, con mayor vocación política y comunes denominadores tiene todo para consolidar un bloque global influyente. 

En “Aquí Estoy y Aquí me Quedo”, el expresidente, dice: “muchas veces la gente protesta, simplemente porque nadie los oye[10]”. Las nuevas generaciones, no sólo protestan, sino que sacuden la región con su Grito Latinoamericano, valiéndose de la potencia amplificadora de las redes sociales y su mayor sensibilidad política y ambiental.

Para poder satisfacer sus expectativas de cambio, el expresidente señala el camino de integración: superar la ideologización de las relaciones internacionales y fortalecer UNASUR o un espacio análogo, como organismo multilateral y articulador de naciones hermanas. Todas soñadas por Bolívar, por hombres y mujeres, libres y de buenas costumbres, que ofrendaron sus vidas, luchando a su lado en gestas heroicas, para hoy ostentar la dignidad de ser colombianos, y probablemente, en un futuro cercano, también disfrutemos las ventajas asociadas a una plena ciudadanía latinoamericana.

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[1] Presidente Asociación Nacional de Instituciones Financieras (ANIF) de 1976 a 1981.

[2] Ministro de Desarrollo Económico (1990-1991).

[3] Embajador, ante Naciones Unidas (1982-1986), y ante España, (1992-1994).

[4] Cargo desempeñado hasta enero de 2019. www.cancilleria.gov.co/newsroom/news/ernesto-samper-tomo-juramento-secretario-general-unasur
[5] GRITO LATINOAMERICANO. América Latina tiene una oportunidad -si es capaz- de abrazar una agenda progresista. Editorial Planeta. 2021.

[6] Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), (Brasil, 1947. Conferencia Interamericana para Mantenimiento de la Paz y Seguridad del Continente). Defensa mutua, prevenir y reprimir amenazas contra estados integrantes. https://esdegue.edu.co/sites/default/files/2022-06/Boletin-24-JUNIO.pdf

[7] Espacio compartido con líderes como Alberto Fernández, Dilma Roussef, Lula da Silva, Leonel Fernández. José Miguel Insulza y Rafael Correa.

[8] Al realizarse la entrevista, el expresidente Samper, estaba muy entusiasmado con la posibilidad de victoria de Lula da Silva en Brasil, para reactivar UNASUR. El 30 de octubre, efectivamente Lula da Silva obtuvo la victoria.

[9] Desde 2009, Vivamos Humanos, liderada por el expresidente Samper, otorga el premio ‘Vivamos Humanos, Alfonso López Michelsen‘. En 2018, lo recibió Horacio Serpa, en reconocimiento a su contribución a la promoción y defensa de los derechos humanos y su labor humanitaria.

[10] Aquí Estoy y Aquí me Quedo: Testimonio de un Gobierno. Ernesto Samper, El Áncora Editores. Bogotá. 2000. Página 125.

Se requiere un nuevo modelo de Integración Latinoamericana

Se requiere un nuevo modelo de Integración Latinoamericana

Por: CAMILO LLINÁS ANGULO
Presidente Ejecutivo de ACOLFA

Con el propósito de considerar el nuevo orden económico que me propongo analizar, tendré en consideración una de las tantas definiciones de la integración económica, como el proceso a través del cual, los países participantes convienen eliminar los derechos arancelarios y las restricciones de todo orden, a las importaciones de productos originarios de sus respectivos territorios, pudiendo estas medidas acompañarse de políticas comunes en lo económico y social, con el fin de ampliar los mercados separados, en uno solo.

Con este concepto y teniendo en cuenta el nuevo mapa político colombiano y el de los países de la región hemisférica, el cual trae consigo nuevas corrientes de pensamiento cultural, social y económico, se vislumbra un nuevo esquema de integración, toda vez que los actuales modelos se han venido agotando al no cumplirse todos los objetivos acordados.

Si al agotamiento le agregamos el acaecimiento de la pandemia del COVID 19, con mayor razón hay que pensar en un nuevo ordenamiento de integración socio-económico.

Para entender este nuevo ordenamiento, repasemos los modelos de integración latinoamericana desde la creación del primer Tratado de Montevideo en 1960, estableciendo la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), que luego dio origen a la ALADI en 1980, en el que el común denominador es que se han venido negociando acuerdos sencillos que sólo se concedían preferencias arancelarias, y con el transcurrir de los años, o de los gobiernos, se han hecho más complejos, introduciéndoles mecanismos de comercio como requisitos técnicos y de origen, que han favorecido a los países más desarrollados, dadas sus ventajas de infraestructura productiva.

A raíz de estas complejidades y efectos adversos para los países menos desarrollados, éstos han solicitado renegociaciones, como ha ocurrido en el marco de acuerdos, como el MERCOSUR, el CARICOM, la CAN y el mismo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

En efecto, de una simple preferencia arancelaria en los acuerdos de primera generación entre los países firmantes, en los años iniciales, se han introducido requisitos de origen, laborales, ambientales y técnicos a los productos y servicios, lo cual ha llevado a crear mesas de negociación por temas.

Ahora, revisando los objetivos perseguidos, como un mercado ampliado, y por ende, una mayor actividad industrial y más empleo, se lograron en los primeros años, pero luego se fueron reduciendo, y los países menos desarrollados han perdido parte de su desarrollo, ampliándose la brecha frente a los más desarrollados.

Ante esta situación, desde 2012 los 33 presidentes latinoamericanos que conforman la Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños (CELAC), han buscado mecanismos de fortalecimiento de su cooperación mutua, y se han utilizado las instituciones y organismos regionales para sellar acuerdos en este sentido, pues así lo hizo la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

Y justamente la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) dio a conocer su informe anual sobre el estado Económico de América Latina y el Caribe 2022, en el cual proyecta un crecimiento económico para el presente año de 2,7% promedio, en un contexto de fuertes restricciones macroeconómicas que están golpeando a las economías de la región.

Según el informe presentado en Chile, la actual crisis de la región ha llevado a un bajo crecimiento y aceleración inflacionaria que presenta la economía global lo que, junto al menor crecimiento del comercio, la apreciación del dólar, y el endurecimiento de las condiciones financieras globales, afectarán negativamente a los países de la región.

Además, agrega el informe que al complejo escenario interno de la región, se agrega un escenario internacional en donde la guerra entre la Federación de Rusia y Ucrania ha ocasionado crecientes tensiones geopolíticas, un menor dinamismo del crecimiento económico global, una menor disponibilidad de alimentos y aumentos del precio de la energía, que han incrementado las presiones inflacionarias que venían produciéndose como resultado de los choques de oferta, generados por la pandemia del COVID-19.

Ahora, llegando a la reciente reunión de la Asamblea General de la ONU, celebrada en este mes de septiembre en los estados Unidos, pudimos observar y escuchar que los presidentes latinoamericanos de los países de menor desarrollo, reclamaron a los presidentes de las grandes naciones desarrolladas, reducir la deuda económica a cambio de más inversión en lo social y ambiental, es decir mayor cooperación.

Si no se pone atención a estas reclamaciones, seguiremos teniendo estallidos sociales en los países de menor crecimiento por falta de oportunidades laborales, lo cual es perjudicial para unos y otros, toda vez que el desplazamiento de personas a los países receptores, les crea un problema social, y a los países que abandonan, se les presenta una fuga de cerebros y de mano de obra necesaria.

En conclusión, para frenar o disminuir estos nefastos efectos socioeconómicos, se requiere una mayor inversión productiva de los países más industrializados en aquellos de menor desarrollo, para que su reactivación industrial pueda generar empleo, educación, transferencia de conocimientos y la autosuficiencia económica de los menos favorecidos.

La apertura económica, más conocida como la globalización, ha traído efectos económicos contrarios en detrimento de las pequeñas economías, desbalance comercial, desindustrialización, descapitalización de los Estados por reducción de ingresos arancelarios.

El establecimiento de políticas públicas de promoción a la inversión y favorecimiento a la producción en las pequeñas economías, tal como lo hacen los países industrializados, generando empleo y consecuentemente, distribución de la riqueza.

El imperio sin corona que soñó Bolívar

El imperio sin corona que soñó Bolívar

Por: ARMANDO BARONA MESA

Se ha discutido siempre, al enfocar el pensamiento político bolivariano, que al Libertador lo animaban solo las viejas tradiciones de los grandes pensadores griegos clásicos o romanos. Porque por supuesto, Bolívar era un experto en el conocimiento de aquellas culturas y de esos personajes que hicieron de la virtud un ideal grande para la vida de los pueblos. De ahí que los investigadores y estudiosos lo clasificaron en un principio como un clásico del pensamiento y de la política.

Todo eso es cierto. En realidad, la pluma de Bolívar se enaltecía al recordar con su estilo elegante, como surgido de la época del gran enciclopedismo francés, las conquistas que aportaron a la historia del hombre, aquellos grandes pensadores de la Revolución Francesa. Ese sin duda, fue un esfuerzo invariable que Bolívar tuvo en cuenta siempre.

Empero, esa gran cultura bolivariana proveniente de los libros que devoraba con avasallante frenesí, sin duda alguna y poco a poco, trataba de enfocar en el campo sociológico, la falta de cultura de un pueblo sometido por siempre por los españoles a la exclusión de una cultura -salvo para unos pocos- que lo sustrajera de la ignorancia. Así se observa desde la Carta de Jamaica, en el inicio de la gran epopeya y a través de los años en que vislumbraba la necesidad de disfrutar de un gobierno fuerte encargado de culturizar a aquellas naciones aborígenes, afrodescendientes y criollas y aquellos pueblos en formación y darles capacidad de elevar su visión, a los más altos ideales de un gobierno autónomo, progresista y civilizado. Ese, por supuesto, fue su gran objetivo.

El profesor de la Universidad de París, colombiano de nacimiento, Jaime Urueña Cervera, en su obra «Bolívar y la virtud política republicana», anota:

«La ideología republicana de Bolívar no era ni antigua, ni clásica ni tampoco neoclásica en el sentido estricto de la Escuela de Cambridge. Bolívar, aunque compartía con sus contemporáneos un vocabulario de origen clásico, y aunque pareció recrear instituciones antiguas, profesó en lo esencial un género de republicanismo muy particular que llamaremos «republicanismo heterodoxo».  Y aclara tal autor: «Esto significa que, aunque empleaba el lenguaje clásico, los fundamentos filosóficos y constitucionales de su ideario republicano eran adecuados a los nuevos tiempos. Esa modernidad se expresó primero que todo en un constitucionalismo esencialmente nuevo, cuyas características diferían radicalmente de las instituciones de la Antigüedad.»

No hay duda, pues, que cuando el Libertador quería prolongar el tiempo sin la práctica de elecciones, lo hacía en el entendimiento de que ellas serían, como realmente ocurrió, la fuente de amargas disputas y confrontaciones que, aun hoy, estremecen la historia en general de los países suramericanos. Especialmente del nuestro.

No es exactamente que Bolívar fuera un déspota, como lo sostuvieron con amarga crueldad, aquellos enemigos que ardorosamente fluyeron en los dolorosos años del final de su vida; y que amara el poder y hasta la corona, como trataron durante varios años de sostener sin ningún fundamento.

No. Las numerosas cartas a distintos destinatarios, entre ellos a su más tenebroso enemigo el llanero Páez, en que rechaza la monarquía -que aun éste le ofrecía- y el poder dictatorial, dejan expuesto sin lugar a dudas, su desapego del poder y el ansia de liberación del mismo como una panacea, deseo que no pudo cumplir, primero porque este último dictador (Páez) en el acto más depravado de la historia, lo privó de su propia patria Venezuela, al tiempo que prohibía su entrada a ella y conculcó sus derechos radicados en la mina de Aroa, último reducto de la herencia de sus padres. 

Todo esto ha constituido quizás, la página más oprobiosa que los malvados escribieron contra el gran benefactor americano.

Bolívar, sin duda alguna, cometió errores y falló en muchas cosas, porque era un hombre derecho, intransigente y valiente. Nunca olvidó una página leída en medio del volcán de su vida. Ni tuvo apego por el dinero y menos por el poder. Era un idealista, pero rigurosamente estricto, sin complacencias con los malvados que siempre han existido.

Amó a Santander y le abrió todos los caminos para que triunfara y se hiciera grande, al igual que le permitió sobresalir como uno de los hombres americanos de mayores virtudes, no obstante, el odio cultivado con esmero, que lo condujo a ejecutar a Barreiro y a sus fuerzas finales, cosa que habría de repetir con el paso del tiempo.

No es que Santander fuera malo, sino vengativo y de su furor no pudo escapar una figura tan respetable como el Precursor Nariño, a quien, por cierto, cuando trataron los santanderistas -con su visto bueno- de acribillarlo en aquel parlamento que surgía de la Convención de Cúcuta, que él había presidido, le dieron una oportunidad, imperecedera por cierto ante la historia de la humanidad, de decir aquel discurso que comienza:

“! Que satisfactorio es para mí, señores, verme hoy, como en otro tiempo Timoleón, acusado ante un Senado que él había creado, acusado por dos jóvenes por malversación, después de los servicios que había hecho a la República, y el poderos decir sus mismas palabras al principiar el juicio: «Oíd a mis acusadores, oídlos, señores, advertid que todo ciudadano tiene derecho de acusarme, y que, en no permitirlo, daríais un golpe a esa misma libertad que me es tan glorioso haberos dado». 

En esta memoria del Libertador vale la pena recordar, que Bolívar fue alumno aventajado en Londres y en Venezuela de uno de los hombres de más elevada estatura que ha dado la historia americana: Francisco de Miranda y Rodríguez. De él aprendió los colores de la bandera de aquella Colombia que se ofrecía a sus ojos, como una de las sirenas que conmovieron en su viaje ilusorio a Odiseo. También aprendió ese nombre de Colombia que hacía memoria de Colón, el gran descubridor del continente, y además, a la posibilidad de la creación de un gran imperio sudamericano, como el sueño máximo del mismo Miranda, que no logró trascender en el encuentro frustrado del Congreso Anfictiónico de Panamá.

Lamentablemente, el coronel Bolívar de entonces, había sido nombrado por el propio Miranda jefe de Puerto Cabello -donde se hallaba el fuerte de ese nombre-, por una cita galante, descuidó el fuerte y allí llegaron de inmediato las fuerzas españolas, bajo el amparo traidor de un criollo llamado Francisco Fernández Binoni, capitaneadas por Domingo Monteverde y sus fuerzas, forzando unos días después a Miranda, a un armisticio que significó la caída de la Primera República de Venezuela y al escape, no logrado, del propio Precursor.

Todo esto enardeció a Bolívar y a unos cuantos amigos suyos, que en la noche del 31 de julio de 1812 entregaron, cuando iba a partir de La Guaira, al Mariscal Miranda al propio Monteverde, en un acto que todavía no ha calificado la historia en su verdadera dimensión. Bolívar no quiso en adelante entrar al juicio de aquel momento que él consideró, seguramente con error, como un acto de traición de aquel gran maestro masón. Empero, el que esto escribe piensa y así lo ha consignado en su libro “Nariño y Miranda, dos vidas paralelas”, que puede ser consultado en la Biblioteca Virtual Española Miguel de Cervantes Saavedra, que todo aquello fue un resultado impulsivo del Gran Caraqueño, sin que a su maestro se haya correspondido un tiempo de defensa.

Empero Bolívar, en el zigzagueante camino de su vida, cayendo y levantando, pero con una moral irreductible, acogió todas esas banderas mirandinas, aunque sin promulgar su fuente, como si fueran propias, mientras el genio de Miranda se deshacía en un cuarto de la azotea de aquella cárcel que los gaditanos llamaron La Carraca de Cádiz. Pero la historia sabe sobre el punto que allí, en ellas, estaba el brazo y la mirada de aquel gran hombre y masón. Miranda, que había nacido, igual que Bolívar, en esa ciudad de gran aliento y alegría que era Caracas. Todo esto acontecía, aunque las grandes mayorías populares no eran en esos tiempos partidarias de la independencia, sino que seguían, con clamor casi religioso al rey Fernando VII, para esos momentos prisionero de Napoleón.

Bolívar sale y se refugia en Aruba en donde permanece un corto tiempo; y luego viaja a la Nueva Granada y desde Cartagena lanza una proclama de autocrítica explicativa de lo ocurrido en Venezuela, pero levanta de nuevo la bandera de la libertad.

Camilo Torres, como presidente del estado federativo que se había formado en contra de Nariño, abanderado del sistema centralista con el cual se identificaba el propio Bolívar, lo observa y finalmente lo acoge y le dice aquella frase: “¡Habéis sido un general desgraciado, pero eres un gran hombre!”

Reiteradamente el Libertador, como jefe -discutido- de unas fuerzas incipientes, al frente de las cuales se hallaban sus émulos y enemigos, ha cometido el error de buscar llegar cuanto antes a Caracas y terminar pronto la rebelión. Fueron varios los fracasos rotundos. Y es entonces cuando su inteligencia le señala la necesidad de un cambio de estrategia que viene.

Repensadas así las cosas por el Gran Caraqueño, todo el conjunto fue cambiando después del Páramo de Pisba, y el Pantano de Vargas, y el Puente de Boyacá y la llegada a Bogotá con una camisa roja heredada de un español en la última batalla. Y el Congreso de Angostura en el que se funda aquella Colombia de sus sueños; y la victoria grandiosa de Carabobo y el Congreso de Cúcuta presidido por Nariño y la Carta Constitucional de 1821. Todo este horizonte de sucesos fue transformando el panorama y la imagen de Bolívar, como lo reconoce el propio Pablo Morillo, para quien dejó de ser un facineroso, para señalar en víspera de su regreso a España:

«Nada es comparable a la incansable actividad de este caudillo. Su arrobo y su talento son sus títulos para mantenerse a la cabeza de la revolución y de la guerra: pero es cierto que tiene de su estirpe española rasgos y cualidades que le hacen muy superior a cuantos le rodean. Él es la revolución».

El genio triunfal de ese oficial caraqueño se levanta del polvo deprimente de la derrota. Y cuando todos piensan que todo ha terminado, el sueño de la gloria y de la acción perfila, deletéreo, en un cielo que sólo ve él, la gloria de Junín y Ayacucho, conjuntamente con la independencia de Bolivia. Esa gloria destellante la hemos visto de una sola plumada, en una secuencia que allí está en las páginas de esta historia superior a las otras historias. Pero es del caso anotar que todo esto estuvo en su cabeza rondando como un extenso sueño. Eran unas realidades abiertas a una gloria sin par.

La deidad Tique de los griegos era la diosa de la Fortuna. Y favorecía a los héroes entregándoles una gloria limitada. A Bolívar por su lucha lo favorece como a un gran Libertador, y es entonces cuando en su mente caben todas aquellas ilusiones de componer un gran imperio como el del Norte de América, pero sin un emperador como Napoleón, cuya inventiva había sugerido en plan de halago el desnaturalizado Páez, quien se atrevió posteriormente a negar esa verdad.

Pero, ordinariamente, la diosa Fortuna dejaba de su mano a quien había favorecido y lo mandaba al infortunio. El caso de Edipo rey. Entonces le recaían las mayores desgracias contra toda razón y justicia.

Tal fue el final de Bolívar y ese destino que burlaba su gloria pasada, en la medida en que su enfermedad lo reducía más, como aquella piel de Zapa de Honorato de Balzac.

Veamos esta carta de Bolívar a Agustín Gamarra enviada desde la capital del antiguo imperio inca:

«Lima, 18 de agosto de 1826
Al señor General Agustín Gamarra.
Mi querido General:

Tengo a la vista la última carta que Vd. me ha escrito, la que me ha sido ciertamente muy agradable, porque en ella veo que Vd. está siempre animado de los mejores sentimientos hacia su patria y hacia mí.

 Por este correo será Vd. informado de los últimos acontecimientos de esta capital, que, a la verdad, se ha mostrado muy superior a cuanto podía esperarse del pueblo más agradecido. El colegio electoral de esta provincia a (sic) sancionado unánimemente la constitución boliviana y me ha proclamado presidente perpetuo. Este suceso tan extraordinario me promete las más bellas esperanzas en orden a la federación de que antes he hablado a Vd. de los tres estados de Bolivia, Perú y Colombia, y casi me da la certeza de que consiga la realización de un plan que asegura la dicha y la estabilidad de las tres hermanas. La fuerza de estos mismos sucesos, lejos de detenerme en esta capital, me lleva nuevamente a Colombia a preparar allí los espíritus a fin de que se acepte la constitución boliviana junto con la federación, y establecer el orden y la estabilidad, que están amenazados por la fuerza de los partidos. También es mi objeto consultar la voluntad general de aquel pueblo, sin la cual no puedo aceptar la presidencia que tan generosamente me ha ofrecido este pueblo.

 Hágale Vd. mil cumplimientos a todos mis amigos del Cuzco; yo amo esa ciudad y le soy agradecido.

 Soy de Vd. afectísimo amigo. Bolívar».

 Está claro el plan de acción de Bolívar en relación con su idea grande de unir en una federación, como la del país del norte del continente, que aglutine distintas nacionalidades, en una unidad animada por la religión, la raza mestiza, el idioma y el ancestro común indígena. Era, por supuesto, un gran pensamiento que de haber prosperado hoy sería uno de los más grandes países del mundo. Pero más allá de una lógica simple, ya pintan los partidos políticos contrarios.

Es de destacar que parte de su plan, era no aceptar de momento la presidencia vitalicia o perpetua, como él mismo la llama, que le había otorgado el Perú, hasta que no se consolidara la idea en su propio país Colombia, con sus tres grandes provincias. Todo esto estaba por comenzar, a pesar de que el tortuoso Páez se había expresado ya, con tropas en movimiento, hacia una separación de Venezuela.

Desde luego que Bolívar había encontrado una carta de navegación en la Constitución de Haití de su amigo Petion. Leocadio Guzmán le había ayudado a escribir el documento actualizando aquella carta política a Bolívia, labor a la que igualmente habían concurrido otros expertos en derecho público.

Cuando Bolívar dedica tanto encantamiento a esa Constitución, hay unas razones que él mismo comenta de manera casuística sobre lo que había observado en Haití con la misma Carta.

«En mi libro «BOLÍVAR, GLORIA Y TRISTE FINAL», próximo a publicarse, anoto:

«En el orden de prioridades del Libertador, como se nota en las cartas que en ese propósito se han transcrito y comentado, está en primer lugar crear la unificación constitucional -parece lógico- en todos esos países salidos de su gran sueño, y bajo un sistema federalista, darle existencia a un solo gran país que no tuviere que estar enredado en elecciones periódicas agitadas y violentas, recordando que se trata de naciones que culturalmente no están preparadas para la democracia plena, conforme lo ha anotado el Libertador en la conocida Carta de Jamaica y en muchas otras intervenciones, como se ha visto.”

 «Así de grande es el hechizo que tiene para él esa Carta fundamental que ha creado para Bolivia, adoptada ya en el Perú y en vigencia aparentemente; y que debe extenderse, como un elemento vital de grandeza y progreso, a todos los países bajo su mando.”

 «Se podría anotar que no es, pues, el poder lo que se busca tan afanosamente, sino la fortaleza de un gran imperio que en realidad no lo era, porque él no estaba en plan de ser emperador sino de presidente vitalicio. Es allí donde radica, cree él, la aparente genialidad de su pensamiento. Un imperio que no lo era.”

 «Y sin duda alguna podría haber sido genial, si no fuera porque nunca existe en una sociedad un pensamiento unánime, como que la gente suele pensar distinto; y algo más, casi siempre va en busca de la democracia con elecciones periódicas y cambios de cara en el gobierno y en las instituciones. Por cierto, ese es y ha sido el pensamiento liberal.»

Integración Económica de Latinoamérica y del caribe

Integración Económica de Latinoamérica y del Caribe

Por: BORIS O. RÍOS
Abogado

¿Es posible la integración económica de Latinoamérica y del Caribe bajo un sistema
comunitario de libre mercado, con mínima intervención de cada Estado miembro?

Actualmente, en el mundo existen Zonas Económicas Especiales (ZEE o SEZ), zonas de libre comercio (FTZ), zonas de procesamiento de exportaciones (EPZ), zonas libres (FZ), parques industriales (IE), puertos libres, zonas de emprendimiento urbano, zonas francas de las Américas, etc., donde se aplican leyes especiales orientadas a desarrollar economías de libre mercado. La primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo se reunió en Ginebra en 1964.

La finalidad de estas zonas económicas es incrementar la inversión extranjera directa, donde se permite producir bienes a un menor precio y mayor libertad para su comercio y mayor competitividad.

En Colombia, mediante la Ley 1955 de 2019, se estableció un régimen especial que permite acceder a beneficios en materia tributaria y aduanera, en varios Departamentos, así como en ciudades capitales.

Actualmente, en el mundo hay más de 5500 zonas económicas especiales, distribuidas en 195 países, y más de 500 nuevas zonas proyectadas. Cerca de 500 zonas económicas especiales están ubicadas en la región de Latinoamérica y el Caribe, representando menos del 10% a nivel mundial.

Como vemos, en estas zonas económicas especiales, a pesar de facilitar el libre comercio, aún subsiste mucha intervención de sus Estados miembros. Sin embargo, ¿Es posible menos intervención del Estado para desarrollar el libre comercio, e incluso para proveer las necesidades de orden público, externalidades negativas, etc., denominadas como fallas del mercado?

Para acercarme a esta cuestión, pongo en consideración algunas ideas del liberalismo económico, que fueron estudiadas y ejecutadas por países como Inglaterra, Estados Unidos, Japón, etc., con las cuales se les facilitó el libre comercio y crecimiento económico.

Un sistema de Gobierno Federal, facilitó el desarrollo económico dada la autonomía que mantuvo a cada uno de los países integrados, pero nada obsta que pueda darse dicho desarrollo económico, incluso entre países cuyo sistema de gobierno sea diferente; es decir, para construir riqueza no son principalmente las formas de gobierno, sino la adopción de economías que faciliten el libre mercado con mínima intervención del Estado o de Estados miembros, y no sólo beneficios aduaneros y tributarios como ocurre con las zonas económicas especiales.

Cuando una economía tiene intervención del Estado que planifica, controla e impone regulaciones que rigen el mercado, se forma un círculo vicioso, consistente en crear más regulación para resolver los problemas que surgen como consecuencia de regulaciones anteriores.

Por ejemplo, al imponer barreras arancelarias, aduaneras, fiscales, etc., entre países miembros, se genera una ruptura o desequilibrio en el mercado, que obliga a los países que así actúan, a sancionar nuevas leyes para la supervisión de dichas medidas.

Consecuentemente, los errores que surgen al obstaculizar un orden natural perteneciente al comercio libre, genera nuevos problemas como monopolios, carteles de precios, competencia desleal, corrupción, dumping, etc., que requieren de más leyes para solucionarlos parcialmente.

Para evitar tal debilitamiento económico, no se necesita una regulación deliberada y planificada por un Gobierno que pretenda, a partir de predicciones artificiales, resolver o controlar el comportamiento e intereses de los individuos. No es posible cuantificar la acción humana.

La libertad es un valor y un instrumento de asignación económica de recursos dada la escasez de los medios que generan bienestar; la información y el conocimiento son dispersos y confusos; nadie puede planificar, controlar ni dirigir, como lo intentaron y fracasaron modelos colonialistas, socialistas, fascistas, nazistas, peronistas, comunistas, clericales, keynesianos, ahora mercantilistas, monetaristas, etc.

La excesiva intervención del Estado desmejora la posibilidad de crear riqueza desde la expansión de las ideas (propiedad intelectual) y fuerza empresarial. Actualmente, las potencias económicas como EEUU e Inglaterra que ya tienen acumuladas sus riquezas, permiten en sus territorios regulaciones falaces equivalentes a las de los países pobres, es decir con excesiva intervención del Estado, subsidios y ayudas a su población, quizá por estrategias de comercio internacional, que muestran falazmente las bondades de la planificación y proteccionismo.

No se extraña, que las potencias económicas insistan mediante organismos internacionales en traer a los países latinoamericanos, propuestas donde continúen las estrategias de ayudas generalizadas a través, por ejemplo, de endeudamiento impagable con la falacia del proteccionismo, incentivos, subsidios y planificación.

Para nadie es un secreto que, una vez llegan tales ayudas e incentivos a cada país Latinoamericano, se crea más pobreza y corrupción; sin olvidar que los destinatarios de tales ayudas tampoco las reciben o las reciben parcialmente.

Las organizaciones internacionales sugieren para los pueblos latinoamericanos que a través de los impuestos se distribuya la riqueza, es decir que se graven los rendimientos para luego distribuirlos a través de la seguridad social, por ejemplo.

Sin embargo, estas potencias económicas saben que las políticas de subsidios, protección e intervención excesiva del Estado son un error. Gravar con altos impuestos los rendimientos de inversiones de capital comporta medidas que alejan la competitividad e inversión del país; es decir, toda ayuda sistemática genera incentivos perversos que condenan a la pobreza a quien los recibe. La fuente de la corrupción es la discrecionalidad de afectar los patrimonios privados.

Las potencias económicas para no perder sus estatus y liderazgos, seguirán proponiendo para América latina megaproyectos y no el fomento de la micro empresa dentro de un mercado libre y espontáneo que constituya para estos pueblos una verdadera solución de crecimiento natural y paulatino según sus elecciones.

En lugar de recibir asesorías erróneas, por más benévolas que se muestran, debemos tomar el ejemplo de las políticas económicas adoptadas por las potencias económicas, pero cuando se hicieron ricas; no sigamos las recomendaciones actuales sobre planificación, intervención y subsidios que son falaces.

Entre los buenos ejemplos de políticas económicas basadas en la escuela económica Austriaca e inglesa, encontramos que, entre más libertad económica, mayor ingreso de sus habitantes; que a menor regulación genera menores costos en desarrollar la empresa, menor informalidad económica y más crecimiento económico, así como más productividad y riqueza; que, a mayor flexibilidad laboral, mayor ingreso laboral y condiciones de empleo, etc.

Estas escuelas de economía enseñan que la productividad es alta si se invierte mucho capital que libera costos y reduce mano de obra, o capital inmaterial como propiedad intelectual e industrial que desarrolla ciencia y tecnología; además, que la economía de un país crece siempre que se adopten bajos impuestos o los suficientes para una infraestructura mínima que facilite el libre comercio.

Dentro de un mercado libre, la competencia cumple su función cuando no prohíbe a otros competidores el ingreso al mercado; en caso contrario, se trata de un monopolio, competencia desleal, etc.

Los órdenes no deliberados o espontáneos se rigen por principios universales como el dinero, las leyes de la física o el lenguaje cuyo origen nadie puede explicar.Simplemente o se descubren o se crean en forma espontánea por intereses, diversidades y circunstancias infinitas.

Son fenómenos que para su perfecto funcionamiento nadie los planifica; con ellos, el hombre libre los utiliza para crear riqueza y mejorar su bienestar dentro de un contexto de mercados desiguales e imperfectos. De igual forma, el mercado libre no necesita regulación ni intervención excesiva; simplemente está ahí, Invisible. Se autorregula y se auto ordena en forma natural; gana quien acierte en mejorar la satisfacción de los intereses de los demás, dentro de un marco de libertad, limitado por el respeto ajeno, y las normas previstas.

La relatividad en los precios permite un comercio libre. Cada precio transmite conocimiento implícito que ajusta el comportamiento de cada agente económico a la situación actual del mercado y permite tomar decisiones racionales, fácilmente comparables.

Los precios como un imán vuelven a sus medias de mercado. La oferta, la demanda y la competencia libre, con mínima intervención estatal, se encarga de ajustar los precios y competidores, sin necesidad de regular el antidumping o las burbujas creadas artificialmente por ciertos intereses de poder.

Las empresas ganan si sus costos están por debajo de los fijados naturalmente por la oferta y demanda del mercado libre. En caso contrario aparecen las liquidaciones forzosas de sociedades mercantiles.

En las Constituciones de varios países Latinoamericanos, su estructura política, social y económica contiene componentes fuertes de planificación, control, regulación, Estado bienestar, intervención excesiva del Estado, políticas de subsidios, impuestos muy altos que gravan la riqueza y permiten su redistribución, imposición de precios máximos o mínimos, barreras arancelarias, de fronteras y aduaneras, permisión de estímulos creados artificialmente, entre otros que distorsionan gravemente el intercambio de bienes y servicios que no permiten el equilibrio económico de forma natural en el comercio interior y exterior en cada uno de sus países miembros.

Con este panorama de intervención estatal, se entienden las dificultades en cumplir el mandato constitucional contenido en el preámbulo de la Constitución Política colombiana referido al compromiso de impulsar la integración de la comunidad Latinoamericana, así como la promoción de la integración económica, social y política con América Latina y del caribe.

Finalmente, para la creación de un mercado libre y de economías eficientes a largo plazo, tal y como lo han hecho durante siglos las economías de libre mercado, se requiere respetar la libertad de Empresa, los contratos y el derecho a la propiedad privada, bajo normas comunitarias mínimas expresadas por ejemplo mediante principios de comercio libre para América Latina y del Caribe, similar a los principios
UNIDROIT, que los garanticen dentro de un marco de legalidad y debido proceso, muy sólido y eficaz, que proteja la inversión, garantías y transacciones efectuadas, logrando en sus agentes económicos incentivos en tomar precauciones eficientes para su cumplimiento.

La integración de las naciones

LA INTEGRACIÓN DE LAS NACIONES

Por: Armando Martínez Garnica

Los estados nacionales son la forma básica de organización de las sociedades del mundo desde la segunda mitad del siglo XVIII y, sobre todo, desde la Revolución Hispana que acaeció desde 1808. La humanidad se encuentra hoy dividida en casi 200 estados nacionales, adscritos a la Organización de las Naciones Unidas. Hay que reconocer entonces la existencia de los intereses nacionales en la política mundial, amparados por los aparatos de defensa armada y las habilidades diplomáticas. Sobre esta base de la diferenciación universal de las naciones, pese a sus comunes orígenes y lenguas, el buenismo pregunta: ¿por qué no avanza más rápido la integración de las naciones? Si las investigaciones de las ciencias sociales llegan a la conclusión de que la humanidad es una sola: ¿por qué no se produce con mayor vigor la integración de las naciones de Latinoamérica?

La respuesta inmediata es simple: por los intereses nacionales, siempre celosos de sus territorios, jurisdicciones y recursos. Las primeras iniciativas de integración de las nuevas naciones hispanoamericanas fueron formuladas por los grandes generales que condujeron las luchas de separación del Estado monárquico español. Simón Bolívar, por ejemplo, barruntó dos de esos proyectos: el Congreso Anfictiónico de Panamá y la Confederación de los Andes. Ambos fueron un estruendoso fracaso. ¿Por qué? Por la oposición de algunos estados nacionales que participaron en ellos, celosos de sus intereses particulares.

La integración de los Estados latinoamericanos fue un proyecto de mediados del siglo XIX formulado por la diplomacia francesa, bajo el supuesto de que las lenguas francesa y castellana provenían de la lengua latina, atributo que fue trasladado a los “pueblos latinos”, pero también fue un fracaso por la oposición de los publicistas de la “raza hispana” y de la política estadounidense de “América para los americanos”. El panamericanismo fue el siguiente proyecto de integración de los Estados Unidos y las naciones de Iberoamérica, subvertido por una política agresiva de los dirigentes estadounidenses y resistida por los publicistas nacionalistas latinoamericanos, pese las opciones de conciliación que ofrecieron las políticas del “buen vecino” y de la “alianza para el progreso”. Después de la Revolución Cubana de 1959, una nueva corriente ideológica recorrió el continente: el antimperialismo de los pueblos latinoamericanos contra el supuesto Imperio estadounidense, renovada por cubanos, venezolanos, mexicanos y hasta colombianos.

El gobierno español de los tiempos de la democracia, tras la experiencia del franquismo, propuso el proyecto de Iberoamérica, una singular propuesta de integración de las naciones que habían pertenecido a las Coronas de España y Portugal, agenciado por una organización iberoamericana para la educación, el arte y la cultura. La crispación actual de la política española debilitó este proyecto, como ocurrió con la Comunidad de Naciones Andinas, UNASUR y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América.

Aceptémoslo: el buenismo que suspira por la integración de las naciones siempre es derrotado por la defensa de los intereses nacionales. Aunque la humanidad es una, no existe la ciudadanía mundial, sino las múltiples ciudadanías nacionales. Aunque hoy las personas pueden tener varias de estas ciudadanías, en caso de algún conflicto militar serán llamados a filas por algún Estado particular. Tenemos a la vista la ferocidad de la guerra entre los rusos y los ucranianos, pese a que durante muchas décadas fueron integrados por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La ecuación es simple: de un lado, los intereses particulares de los Estados nacionales son irrenunciables, y del otro, las iniciativas integradoras buscan favorecer los intereses nacionales de la nación que las propone. Detrás del antimperialismo estuvieron los intereses nacionales de una isla del Caribe, detrás del ALBA estuvo la ambición de un coronel venezolano ya olvidado, detrás de UNASUR estuvieron los gobiernos de Argentina y Brasil, y detrás de la CAN estuvieron algunos gobiernos colombianos.

Dada esta experiencia bicentenaria, cuando algún Estado propone algún proyecto de integración hay que ir a buscar el revólver, pues con rapidez descubrimos las garras de algunos intereses nacionales particulares. El iberoamericanismo, para no ir lejos, sirvió los intereses de algunos gobiernos españoles de la transición a la democracia, acompañados por un fortalecimiento de la monarquía de los Borbones. Incluso la CAN, tan limitada en sus aspiraciones políticas, fue resistida por gobiernos venezolanos y chilenos cuando obstaculizó sus intereses nacionales.

Y, sin embargo, el mundo se mueve. Desde la perspectiva de la sociedad civil, la integración es un hecho que ha ocurrido, sin que nadie se lo haya propuesto. Colombia ha recibido e integrado más de dos millones de venezolanos que abandonaron su país, Ecuador ha recibido miles de colombianos que se han concentrado en Santo Domingo de los Colorados y otros lugares, el Perú y Chile han tenido que hacerse cargo de miles de venezolanos y colombianos. Las manufacturas de las naciones recorren el mundo sin obstáculos significativos, y así vemos que en la dieta de la clase media colombiana se han incorporado los vinos y las manzanas producidas en Chile, los alfajores argentinos, los chocolates brasileños, los cebiches peruanos, las arepas rellenas venezolanas. Las telenovelas nacionales han permitido a muchos nacionales adquirir expresiones verbales de otras naciones y conocer mejor a sus vecinos.

Pero una cosa es la realidad de la integración social de los hispanoamericanos, incluso de estos con los estadounidenses, y otra cosa son las políticas que apuntalan los intereses nacionales de los Estados, según sus cálculos estratégicos. Las instituciones de la defensa nacional, las policías y las cancillerías no le quitan el ojo a los Estados vecinos, mientras gruñen de vez en cuando. Así que las nuevas propuestas de integración de Estados nacionales tendrán que aceptar que la clave es el principio de “todos ganan”. La integración, como sucede en las mejores familias, funciona cuando todos sus miembros ganan algo. En cuanto se lesionan intereses de sus miembros, se desatan los procesos de desintegración.

La Comunidad Europea, por ejemplo, es un caso relativamente exitoso de integración de naciones. Propuesta por Jean Monnet, inicialmente no fue más que una integración de la producción de carbón y acero de Francia y Alemania bajo una misma estructura organizativa, hasta que sostuvo, después de la terrible experiencia de la Segunda Guerra Mundial, que la paz europea no sería posible si los Estados se reconstituirían sobre la base de las soberanías nacionales. Dado el pequeño tamaño de sus territorios y mercados, tendrían que transitar a una especie de federación. Las guerras futuras entre Alemania y Francia, imaginó, se evitarían si estas dos naciones compartían la producción de acero y carbón, la piedra de toque de las dos guerras mundiales anteriores. Insistir en intereses comunes compartidos, y en sus ventajas económicas, mostró que era el camino. Pero cuando las decisiones de los burócratas de Bruselas afectaron los intereses nacionales de la Gran Bretaña, se produjo el Brexit, con sus costosas desconexiones en los intercambios transfronterizos desde el 1° de enero de 2021. El hundimiento del programa Erasmus de movilidad de estudiantes y docentes fue una de sus consecuencias no deseadas, así como el impacto negativo en la salud mental de los británicos.

Concluyamos. El buenismo de los corazones timoratos siempre insistirá en las bondades de la integración de los estados nacionales de Iberoamérica. Pero este deseo cristiano, basado en el precepto del amor al prójimo, tiene que hacerse cargo de la realidad de los intereses particulares de los Estados nacionales. Este poderoso obstáculo, irrenunciable, tiene que tratarse con propuestas de integración en el que todos los involucrados ganen algo. Si esto no se formula con extrema claridad, el proyecto no durará mucho. Los estadistas, tan escasos en nuestros países, tendrán que hacerse cargo de este principio: no solo debe ganar su sociedad nacional, sino también las otras sociedades. La generosidad, a la larga, es la que vence en este mundo.

EDITORIAL

Editorial: El Sueño Integracionista


Rodolfo Mantilla Jácome

La invención del Estado Nación constituyo el paso más importante de la burguesía para superar definitivamente el sistema económico político del feudalismo, con ello se dejaron atrás el mundo caótico de los feudos gobernados por señores dueños de las tierras y dominadores de los hombres llamados siervos de la gleba, sometidos a la más oprobiosa servidumbre.

El Estado Nación fue entonces el concepto político que utilizaron con éxito las monarquías en su alianza con la burguesía emergente, para organizar en forma adecuada el orden, político, económico y social, desde allí viene en su estructura básica que la componen un territorio que se gobierna con autonomía mediante el concepto de la soberanía,  la creación de los ejércitos nacionales requeridos para su defensa y los ciudadanos que habitan ese territorio, que independientemente de sus derechos tienen sentido de pertenencia y nacen y mueren con el sentimiento de defender al precio que sea su país. Todo esto viene acompañado del simbolismo necesario en los valores de patria, bandera, territorio.

La creación del Estado Nación dio paso al concepto de extranjero, que permite mirar a los otros como distintos y en ocasiones como enemigos, imponerles siempre un régimen diferente, prohibirles ingresar al territorio o permitirles hacerlos después de una serie de trámites, son todos estos elementos notorios del imperio conceptual del Estado Nación, que aún impera en el mundo a pesar de su vetustez y del progreso asombroso de la ciencia, la tecnología, los sistemas económicos, los derechos humanos.

En el caso particular de América latina ese proceso nos llegó impuesto culturalmente por los colonizadores y sin mayores argumentos de distinción esta parte del continente se llenó de patrias disímiles, de distanciamientos inexplicables, de tratamientos diferenciales, al final somos  mayoritariamente extranjeros. No es cuestión de idiomas porque todos somos latinos y con la excepción del portugués brasileño que no constituye una barrera esencial, los demás habitantes de este inmenso territorio hablamos el español, somos producto del mestizaje del intercambio genético con los europeos a partir de nuestra esencia aborigen que nos otorga la impronta de los hombres del maíz.

Hoy somos extranjeros en América Latina, salvo algunos intentos por superar ese estado de cosas, la mayoría de ellos fallidos o a medio camino, nos movemos dentro de la desconexión más asombrosa, no tenemos una moneda única, no tenemos proyectos industriales  o agrícolas comunes, existen las fronteras para impedir, para coartar, para maltratar, no procuramos un sistema de educación común, un profesional de Honduras o de México no puede ejercer libremente su profesión en otro país latinoamericano, aún tenemos fuerzas armadas propias de cada país, porque eventualmente podemos usarlas contra el vecino que de extranjero pasa a ser nuestro enemigo, no existen eficientes vías de comunicación expeditas y libres en américa Latina y el transporte aéreo y las comunicaciones  por razón del concepto fronterizo tiene costos internacionales.

En este siglo XXI solo nos queda el camino de la integración que pasa por la implementación de instrumentos apropiados para unir a los pueblos da américa latina y generar una cultura de hermandad y de pertenencia no excluyente. Ese es el propósito.